Fanatismo y religión
Puesto que el argumento de esta novela se centra en un ataque de integristas islámicos a una embajada de los Estados Unidos, y más tarde en suelo norteamericano, considerados por los radicales mahometanos como el gran satán, me parece necesario hacer una aclaración sobre el pensamiento del mundo musulmán acerca del terrorismo religioso que se origina en sus creencias. Este capítulo será dedicado por consiguiente al islam ante el fanatismo. La definición de fanático es la siguiente: "Persona que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento, creencias u opiniones, sobre todo religiosas o políticas. Preocupado o entusiasmado ciegamente por una cosa." Luego aparece evidente que el fanatismo no solo es religioso sino puede tener otras connotaciones como la política, que aflora en la segunda parte de esta novela.
A finales del siglo XX, se detectan el fin de las utopías y de los modelos de sociedad, así como el resurgir del hecho religioso. En nuestro tiempo, en esta edad posmoderna que dice haber superado la etapa infantil de los relatos, de las ideologías y de las creencias, aparecen con fuerza sentimientos y tradiciones que creíamos enterradas por la historia y por el progreso, siendo éste, probablemente, el último de los gran-des relatos de la modernidad.
En primer lugar habría que preguntarse las razones que nos mueven hoy a analizar las relaciones que pueden existir entre religión y fanatismo y el interés creciente por este tema, reflejado a diario en unos medios de comunicación que expresan, y al mismo tiempo actualizan, el repertorio del imaginario colectivo, sus miedos y carencias, sus anhelos y sus preocupaciones, sus figuras y contrafiguras.
Hoy no tiene tanto interés analizar las relaciones entre fanatismo e ideología, o entre fanatismo y poder, a pesar de que podrían tratarse de una manera parecida. Por ejemplo, podríamos analizar las conse-cuencias de la pugna entre las dos concepciones "modernas" segregadas por la Ilustración. El Liberalismo y el Socialismo, han dibujado el mapa ideológico, político y bélico en la cartografía de casi todo el siglo XX. Ca-da uno usaba de su contrario en el dialéctico y analítico proceso de construcción de la identidad "moderna". El anticomunismo visceral de los liberales americanos de mediados de siglo, sólo era comparable al fanatismo anticapitalista que los dirigentes del Kremlin propiciaban en-tre la población soviética en el mismo período.
Eran los tiempos del debate ideológico, de la militancia política apasionada, incluso fanática, de los distintos modelos de sociedad, del análisis estructural. Pero hoy hemos de situarnos en un contexto que está ya lejos de esa bipolaridad. El desplazamiento de las fronteras estratégicas se ha producido desde la polaridad Este/Oeste a la de Norte/Sur. Las barreras económicas y las crecientes diferencias que establece el modelo triunfante en la Posguerra Fría, dibujan un nuevo paradigma que no contempla la realidad a la luz de unos relatos que pertenecen ya a la historia.
La sociedad posmoderna se nos aparece como fragmentación abo-cada a una inevitable globalidad urgida por las exigencias de un merca-do cada vez más necesario y voraz, y que tiene su cabal expresión en las nuevas tecnologías, sobre todo en las redes de comunicación e información, que atraviesan ya todas las culturas y pueblos. En este proceso, el pensamiento necesita redefinir sus paradigmas, los lenguajes cambian ostensiblemente y con ellos también ciertas actitudes.
Parece ser que ya nadie discute sobre el modelo de sociedad que se ha de construir. La legitimidad no reside ahora en los relatos ni en el consenso sino en la formación del sistema, en la capacidad que éste tiene para mejorar su eficiencia. Pero la resistencia de los pueblos a asumir el nuevo modelo aparece vestida con antiguos ropajes. El de la ideología ya no vende y, por tanto, resulta fácilmente superable, su pérdida de legitimidad es demasiado reciente como para ofrecer una resistencia apreciable. El manto de la religión, por el contrario nos remite a la historia; es, por decirlo de alguna manera, más antiguo y menos racional. No está basado en un cuerpo teórico susceptible de ser analizado sólo desde la racionalidad. Implica un compromiso y una actitud consecuente que, en ciertos casos, afectan al ser humano en su relación con el mundo de una manera integral.
En ese contexto asistimos a la revitalización del hecho religioso, en sus más variadas manifestaciones: el misticismo científico producido por la divulgación de las últimas teorías de la Mecánica Cuántica, la proliferación de sectas y agrupaciones esotéricas, la búsqueda de refe-rencias en otras tradiciones de pensamiento, como el interés por el budismo, el hinduismo o el Islam, hasta llegar al fenómeno de la conversión religiosa. En ese sentido, hoy resurgen cuestiones que hasta hace poco se consideraban superadas por la modernidad, hechos del pasado perteneciente a la historia, incompatible con la idea de progreso. Pero con la pérdida de la legitimidad de ésta misma idea de progreso, reaparecen aquellas realidades que se suponían entraban en contradicción con ella.
No debe resultarnos extraño que en nuestro presente desacralizado las gentes se vuelvan hacia el esoterismo, el ocultismo y las sectas. No hay en la visión del mundo en la que viven, espacio para lo sagrado sino como concepto o abstracción. En un entorno semejante es fácil ser presa de mistificaciones y sincretismos. No es ni mucho menos una pa-radoja que la más racionalista y desacralizada de las sociedades sea al mismo tiempo la que más favorece la superchería. El hombre de la sociedad laico-industrial sabe, intuye, que tras la apariencia visible de las cosas, detrás de su mente mecanicista, pueden existir otras visiones, otras realidades. Pero al no disponer de criterio, ni de narración que lo sustente, la consecuencia probable es que desemboque en la magia o en el esoterismo prêt à porter que le ofrece el propio mercado.
Junto a estas actitudes, el fenómeno de la vuelta a las religiones y, más en concreto, el de la conversión, se enmarcan en el contexto de la búsqueda generalizada de respuestas trascendentes en el seno de aquellas sociedades que asumieron los principios de la modernidad y que, en su lucha por un progreso basado casi exclusivamente en los aspectos materiales de la existencia, se desacralizaron.
Sin embargo, la aceptación y práctica de la religión implica casi en todos los casos, la asunción de un criterio y la propuesta de una opción alternativa viable a lo que nos propone el nuevo paradigma. Así, por ejemplo, el Islam implica una actitud crítica ante determinadas realidades contemporáneas: el sistema económico, la actitud ante la naturaleza, la moral científica, etcétera, que no son objeto de una contes-tación apreciable en el seno del sistema postindustrial.
Centrándonos ya un poco más en el mundo islámico, vemos que el estado de dependencia económica y tecnológica de los países de mayoría musulmana, las secuelas de pobreza y marginación, las lacras sociales que les introdujo el colonialismo, todo ello les está llevando a una reflexión acerca de las formas de vivir y de entender la sociedad. La conciencia de que el progreso anunciado por occidente, bajo las fórmu-las aparentemente antagónicas del capitalismo y el socialismo, les llevó sobre todo degradación y pobreza, está provocando un despertar del pensamiento islámico en todos los ámbitos de la existencia, una salida del estupor producido tras una experiencia paradójica. En este caso, existe una referencia reciente, un elemento de capaz de provocar el aná-lisis. Si además esta referencia se constituye en criterio, fácilmente se puede deducir que habrá valoración y conclusiones.
Tras la crisis de la modernidad, Europa, y por extensión todo el llamado primer mundo, vive hoy la necesidad de replantear un modelo cultural y un ideario que colocan al ser humano de cara al abismo existencial y a la destrucción moral y ecológica. Proliferan los foros de deba-te y los seminarios de estudio sobre temas que hasta hace poco tiempo nos parecían cerrados, con objeto de redefinir la relación Hombre y Naturaleza, Individuo y Sociedad, Ciencia y Ética etc. Se estudian otras tradiciones y culturas, tratándose de extraer referencias, de provocar algunas conclusiones.
Pero en otro lugar, en el Tercer Mundo, los pueblos de mayoría musulmana, tras una experiencia colonial llena de desastrosas secuelas, expresan el deseo o la necesidad de volver a su más culta e inmediata forma de vivir, que es el Islam, para afrontar los tremendos retos que les plantea nuestro tiempo con las necesarias referencias. Concluyen que el Islam es la forma que garantiza la evolución de sus sociedades, el modelo que les asegura su progreso.
Por ello, muchas de las reivindicaciones que se producen en estos países se identifican con la religión. Los excesos que inevitablemente tienen lugar en toda revolución política o social son atribuidos al fanatismo religioso. Pero en muchos casos, lo que se reivindica es el derecho a definir el propio modelo de sociedad, y esto es lo que resulta inacepta-ble para el sistema general de intereses, que necesita propagar su propio modelo, sobre todo en el ámbito social y en el de la economía.
La rendición del individuo y la amenaza a la diversidad biológica y cultural. Habría que preguntarse si la "naturaleza fragmentaria" y la "diversidad" de que nos habla el análisis posmoderno son sólo una descripción, o si se constituyen en proposición, en un modelo social, psico-lógico y existencial, en paradigma único que niega, paradójicamente, la posibilidad de una experiencia humana unitaria en el mundo, de un criterio válido y unificado. Parece ser que el reto consiste, en parte, en vivir una experiencia integrada en el modelo único, perdiendo en dicho proceso las referencias culturales tradicionales de lengua, territorio, ra-za, tribu, creencias, o costumbres.
Las contradicciones llegan a constituir una irresoluble paradoja. La implantación a nivel global del Mercado Único, encuentra algunas barreras que implican resistencia o disidencia. Una de esas barreras es sin duda alguna de carácter cultural y existencial, aquella que se levanta cuando la forma de vivir y pensar que se trata de imponer de manera general, para todos, no sólo no concuerdan con otras formas de vida y pensamiento sino que resultan incompatibles, generando en ellas la correspondiente resistencia. Otra la constituye el problema de la destrucción medioambiental y la merma creciente de la biodiversidad, con la consecuente respuesta del medio natural en forma de desastres y problemas.
En el seno de las sociedades democráticas formales, el problema de la diversidad cultural se plantea bajo la forma del derecho a la dife-rencia o del respeto a las minorías, pero en el terreno de los hechos, no se contempla por el momento el reconocimiento de formas distintas de sociedad, de otras maneras de vivir, incluso aunque se decida democrá-ticamente. Parece como si las libertades sólo tienen cabida y reconoci-miento en el seno del modelo socioeconómico imperante.
Poder y medios de comunicación. El pensamiento único, que se extiende paralelamente a los mercados y se asienta en los nuevos len-guajes informáticos y en las autopistas de la información, es el discurso que sustenta lo que el francés Roger Garaudy identifica sagazmente como Monoteísmo del Mercado. Una de sus características es la sutil eliminación de la diversidad, que ahora es disidencia, no mediante la represión brutal, sino por la mediación de las nuevas herramientas, de las nuevas tecnologías, mediante el control de la información y la con-secuente incidencia en la opinión de los ciudadanos, en la opinión pú-blica.
En un contexto así, la atonía, la sumisión al pensamiento único, han de ser la norma. Quien ose defender con demasiada tenacidad alguna idea o alguna postura contraria a los intereses del paradigma, fá-cilmente aparecerá como estridencia en medio de la homogénea inter-pretación general, será entonces señalado como fanático. Si, además, los medios de comunicación e información sirven a los intereses del poder y no a los intereses de los distintos partidos o confesiones, resulta fácil para éste abortar cualquier propuesta que atente contra dichos in-tereses, por diferentes vías: la descalificación, la tendenciosidad o la tergiversación.
Es evidente que ninguna mente sensata defendería el fanatismo como actitud propia del ser humano civilizado. Identificamos el fanatismo con la ceguera intelectual, con la incapacidad de valorar y sopesar los variados aspectos de la realidad. El fanático no escucha, no razona, no produce diálogo. La mayoría de los cristianos no viven como fanáticos. Ni la mayoría de los musulmanes tampoco, ni la de los herederos de las ideologías históricas de occidente.
A pesar de ello, la historia está plagada de las consecuencias del fanatismo en todas sus variantes: religiosa, ideológica, bélica, económica y política. Momentos, lugares y grupos en los que la pasión y el exceso han hecho mella, enturbiando la transparencia de las ideas, los sentimientos y las creencias. Casi siempre se ha optado por relacionar el fanatismo con estas realidades en lugar de buscar sus raíces allí donde se hunden: en la ignorancia, en la explotación, en la incultura y el des-arraigo. En lugar de remediar las causas que lo producen, se ha optado por instrumentalizarlo a favor de determinadas opciones políticas, reli-giosas o estratégicas.
En esa lectura interesada del problema nos encontramos hoy, cuando asistimos al desarrollo de una peligrosa visión del fanatismo religioso, atribuida al Islam por los medios de comunicación de masas, incluso con el apoyo de algunos intelectuales e instituciones académicas internacionales.
El enemigo íntimo: actualización de estereotipos históricos. Los musulmanes que viven en Europa, asisten a una escenificación llena de contradicciones en lo que al conocimiento y valoración del Islam se re-fiere. Al lado de actitudes políticas paradójicas como la del apoyo al gol-pe militar en Argelia tras la victoria electoral de los musulmanes o la instrumentalización de hechos aislados, expresión de actitudes fácil-mente punibles, léanse los casos de Salman Rushdie , y de Naghib Mahfouz, que producen en la conciencia común la inevitable identifi-cación del Islam con el fanatismo, junto a ésta actualización, digo, del viejo contencioso, aparecen, casi siempre en ámbitos más restringidos y especializados, pocas veces en los grandes medios de comunicación, las voces de científicos e intelectuales que señalan algunas de las excelencias que el Islam posee. En determinados foros se reconoce que existen principios islámicos que podrían aportar soluciones a muchos de los problemas pendientes que tiene hoy la humanidad, en aquellos ámbitos donde el sistema laico industrial hace aguas. Sin embargo, la visión dominante en los medios de comunicación es muy tendenciosa en todo aquello que se refiere al Islam y a los musulmanes, provocando en la mayoría de los casos una asociación inmediata entre fanatismo e Islam.
Da la impresión de que los nuevos enemigos son los musulmanes, y el Islam el obstáculo a abatir. Presentan al Islam como enemigo de la democracia, sin tener en cuenta lo que ocurrió, por ejemplo, durante el proceso electoral argelino. No se diferencia las formas políticas de go-bierno en los países de mayoría musulmana de lo que son estrictamente principios islámicos. Se confunden las prácticas culturales de los pue-blos de mayoría musulmana, con las prescripciones del Corán y de la Tradición, de la Sunnah.
Pero la confusión no es nueva: procede de ese cúmulo de definiciones, saberes y codificaciones que el pensamiento occidental viene construyendo desde la Ilustración, incluso desde la Edad Media, desde las Cruzadas, y que compone el denominado campo de estudios orienta-listas. Para quien esté interesado en el tema, resultará muy útil leer el libro de Edward Said , Orientalismo, donde se analiza la evolución de esa tradición erudita y sus implicaciones académico-políticas.
En dicho estudio cita Said el hecho de que Napoleón se basó, para diseñar su intervención en Egipto, en el texto de un viajero francés, el conde de Volney , titulado "Viaje a Egipto y Siria", en el que el autor manifiesta claramente unas opiniones hostiles al Islam como religión y como sistema de vida. Napoleón aprovechó los contenidos de la obra de Volney para diseñar una estrategia que implicaba ganarse a los imanes, muftís y ulamaa para su causa, a través de particulares interpretaciones del Corán que resultaban favorables a sus propósitos, y para redactar el Manifiesto de 1806 con el que pretendía excitar el "fanatismo musulmán" contra los rusos.
El propio Marx , en sus análisis, a pesar de ser uno de los pen-sadores más críticos de su tiempo, no logra sustraerse a la influencia de las ideas orientalistas que ya estaban consolidándose en su tiempo, lle-gando a emplear en su obra estereotipos tales como "el despotismo oriental", la "superstición de los asiáticos" y otros parecidos.
En nuestros días, los medios de comunicación nos ofrecen la imagen tradicional del árabe híper sexual y lascivo (dedicamos en la re-vista Verde Islam, sendos artículos al tema de la imagen de los musul-manes en los medios de comunicación occidentales). El árabe peca de deshonestidad, es intrigante, sádico e indigno de confianza. En el dis-curso visual de los grandes medios, los árabes aparecen siempre como multitud, como turba humana sin individualidad, sin biografía. Masas de seres anónimos y sucios que sugieren fanatismo y peligro. Y el peligro que se sugiere es la Guerra Santa, el Yihad, con lo que son presentados como "la amenaza" que pesa sobre el hombre blanco contemporáneo y sobre la humanidad en general.
Todas estas ideas y tópicos, procedentes de la cantera orientalista, nutren la visión que los medios de comunicación nos ofrecen de manera cada vez más convincente y realista.
El mismo Edward Said se lamenta que, en nuestro tiempo, no existe ningún otro grupo étnico o religioso "sobre el que se pueda decir o escribir cualquier cosa sin tropezar con ninguna objeción o protesta". Se nos insinúa que si algo mantiene unidos a los árabes y a los musulmanes, no es el sentimiento nacional o la identidad cultural, sino el odio fanático a los judíos o el resentimiento hacia el estado de Israel. Los estereotipos sobre los "mahometanos" se difunden "con una sangre fría que nadie se atrevería a mostrar al hablar de los negros o de los judíos". La red operativa del orientalismo contemporáneo es una conjunción de intereses representados por agrupaciones de antiguos alumnos de las universidades, expertos en áreas culturales, compañías multinacionales, servicios de información e inteligencia, etc. Se organizan becas y premios y se orienta la investigación según las necesidades del poder político del momento. Poderosos agentes académicos organizan la red para que funcione adecuadamente.
Existen abundantes ejemplos de ello. Uno de los temas más fre-cuentes usados para descalificar al Islam es el de la mujer. Se dice que el Islam promueve una sociedad machista y que relega a la mujer a un papel ignominioso. Pero no se dice que no son lo mismo las considera-ciones que el Islam tiene respecto del papel de la mujer en la sociedad, de su naturaleza intrínsecamente igual a la del hombre, que las cos-tumbres y tradiciones culturales que muchos pueblos mantienen desde tiempos anteriores a la Revelación Coránica. Como ejemplo, podemos traer a colación el tema de la circuncisión femenina o ablación del clíto-ris, que ha sido tratado en diarios de gran prestigio y emisoras de tele-visión europeas con la mayor intencionalidad, generando confusión y rechazo hacia el Islam, que aparece así como caldo de cultivo del fana-tismo. Se ha relacionado claramente en estos medios de comunicación dicha práctica con la Ley Islámica o Shari´ah, directa o indirectamente, señalándose como práctica regular ejercida sobre niñas musulmanas en África. Lo que no se ha dicho ni aclarado (lo cual prueba la tendenciosi-dad a que nos referimos), es que el Islam no sólo no contempla ésta práctica sino que la prohíbe taxativamente como cualquier tipo de veja-ción contra el cuerpo. No se ha dicho tampoco, que para el Islam, ésta y otras costumbres son consideradas barbarismos propios del tiempo an-terior a la Revelación, época que en la Tradición Islámica se denomi-na Tiempo de la Yahiliya, literalmente, Edad de la Ignorancia. Concre-tamente, esta práctica procede de las sociedades africanas preislámicas.
Ante discursos de este tipo, un lector o espectador poco o mal in-formado sobre el Islam, sentirá con toda la razón una profunda repulsa hacia la doctrina que condena a la mujer a la insensibilidad y la aliena de su propio cuerpo. En la forma como se ha presentado éste tema (nos preguntan a menudo a los musulmanes sobre ello), parece inevitable la asociación castración femenina con el Islam. Islam y fanatismo. Esto es rotundamente falso. Contrasta con fuerza esta idea con el estereotipo de la sensualidad de la mujer árabe, misteriosa y sexual, que nutre la fan-tasía de los harems.
Bástenos otro ejemplo para mostrar la contradicción. En la pro-paganda que suele hacerse del gran legado cultural andalusí, se enfatiza el carácter universalista del Islam, que hizo posible la convivencia de las distintas religiones. Judíos, cristianos y musulmanes pudieron coexistir durante varios siglos bajo el paraguas benefactor de la Sharíah Islámica. El Islam aparece entonces como sistema por excelencia de la tolerancia y el reconocimiento, que hizo posible el mayor florecimiento de las ciencias y de las artes en el mundo entonces conocido. En un mismo diario podemos encontrar, junto a la propaganda cultural del Toledo o de la Córdoba de la Culturas, artículos de opinión en los que se relaciona al Islam con el fanatismo, el anacronismo y la intolerancia. Debe haber un error en algún sitio. O tal vez la realidad sea que "cultura, poder e información" actúan solidarios haciendo más que difícil un análisis desapasionado, una lectura no fanática del hecho religioso y, en el caso que ahora nos interesa, del hecho islámico y su actitud ante el fanatismo.
Fanatismo e Islam: actitudes islámicas ante el fanatismo. Sería útil para nuestro análisis, poder separar lo que son actitudes humanas, reprobables o no, del marco de referencias que proponen las diferentes ideologías o creencias. El fanatismo, como la irracionalidad, ha estado presente de forma habitual en casi todas las culturas y épocas de la humanidad. En nuestros días existe un fanatismo de los medios, de la tecnología, que aboca a muchos individuos al aislamiento y a la comu-nicación virtual. No nos interesa ese tipo de fanatismo porque es silen-cioso y no produce alarma social. El individuo con el síndrome Internet sólo resulta interesante al sicólogo clínico o al sociólogo. Para el ciuda-dano medio no deja de ser una anécdota, un mal menor que además está revestido con los signos propios de la cultura en la que vive. No es exótico, no ayuda a mantener la ilusión de la diferencia, no genera, en apariencia, la necesaria identidad, de la que tanto carece.
Por el contrario, la imagen de unos hombres vestidos con túnicas oscuras rompiendo televisores en un escenario escatológico, y que ade-más responden al enigmático nombre de talibanes, puede proporcionar una cierta dosis de identidad, un necesario sentimiento de superioridad cultural, contribuyendo a legitimar la forma de vida que se practica en los países desarrollados. Es fácil concluir, ante tal visión, que los musulmanes son fanáticos y atrasados. Como la imagen se repite, es asi-mismo probable que lleguemos a la conclusión de que todo eso es así a causa de la religión, de que el Islam favorece el fanatismo. No son noti-cia, no interesan entonces las actitudes islámicas mayoritarias que están más que alejadas de cualquier radicalismo, de la excesiva pasión. No vendería el discurso mayoritario de los musulmanes, porque rechaza los métodos violentos o las posturas radicales.
La experiencia religiosa del ser humano, dependiendo del ámbito en que se la contemple, produce resultados diversos. Tiene una dimensión interna, individual, que afecta a la evolución personal y cuya expe-riencia resulta muchas veces difícilmente evaluable o expresable. Es la vía interior del misticismo, de la superación de las limitaciones y del crecimiento espiritual. En esa esfera, pueden producirse actitudes apa-sionadas, como la del místico inflamado del amor divino, que se aleja y no reconoce la realidad cotidiana ordinaria.
También está el mundo exterior, el ámbito de las relaciones hu-manas, de la vida social. Es el mundo de las formas y de la Ley, donde se articulan los códigos de conducta necesarios que hacen posible la vida comunitaria.
Ambas esferas, que en principio habrían de ser continuación la una de la otra, aparecen a menudo separadas y enfrentadas. Entre las experiencias personales de Juan de la Cruz y Torquemada , existe un abismo difícilmente superable. Lo mismo ocurre entre los sabios de la jurisprudencia islámica e Ibn 'Arabi .
En cualquier sistema, ya sea éste fruto de la religión o de la ideología, los doctores de la Ley, ideólogos o teólogos según el caso, han asumido la misión de cuidar los límites terminológicos, la letra, la litera-lidad, acotando el mundo de las formas en el que se produce el hecho social. El místico, el que asume y realiza en su propia persona el fin úl-timo de la religión, que es la unión con Dios, ha sido casi siempre objeto de crítica y persecución por parte de los que trabajan en el codificado espacio de la Ley.
El equilibrio entre las distintas esferas de experiencia rara vez se produce de forma completa. Normalmente una se hipertrofia en detri-mento de la otra y viceversa, dificultándose con ello, en unos caso, la vida espiritual y en otros el orden social. En el caso de un exagerado desarrollo del aparato formal, de la terminología, se desemboca en una suerte de burocracia espiritual que dificulta la experiencia religiosa, tra-tando de codificarla en términos vacíos de contenido. Esa idolatría de los dogmas, que suele producirse en los períodos de decadencia espiritual es, indudablemente, fermento de actitudes dogmáticas y suele desembocar en fanatismos diversos.
Pero por otra parte han existido comunidades históricas de los musulmanes con un grado de equilibrio más que aceptable, que se han constituido en modelo social, que han favorecido la convivencia de las diversas opciones existenciales y el crecimiento espiritual de los indivi-duos, los cuales han vivido lejos de cualquier atisbo de fanatismo.
La defensa apasionada y fanática de una interpretación concreta de la Ley, de una postura determinada, deviene en actitud condenable cuando conlleva una imposición, cuando pretende la supresión de la libertad de conciencia y rechaza abiertamente la racionalidad. La con-dena de dichas actitudes forma parte del talante y del espíritu islámico, lo que no evita, como ocurre en otros casos, el que determinadas perso-nas o grupos no la asuman.
Cuando, por diversas razones, ha interesado resaltar la actitud científica de los musulmanes, su papel culturizado en la oscura Edad Media Europea, se ha dicho que el Islam es un camino de paz, tolerancia y respeto. Sin embargo, al mismo tiempo, se presenta al Islam como un sistema intolerante y agresivo. Éste no es ni mucho menos un fenómeno reciente. En orden a la claridad, y para evitar posibilidades de desarrollo de determinados fanatismos en nuestro tiempo, sería deseable que temas tan delicados como son el terrorismo o la realidad política de muchos países árabes, se tratasen con imparcialidad y sin tenden-ciosidad, pues esta última no hace sino fomentar actitudes radicales e irracionales. El mismo espíritu crítico que se aplica al análisis de otras cuestiones, debería aplicarse también en este caso, porque cuando al-guien se siente injustamente tratado, sin posibilidad de defensa, se ve forzado a buscar ésta de la forma que sea. Y habría de existir esa misma justicia e imparcialidad en el tratamiento de la información y en el derecho a la opinión y a la palabra. Por eso pienso que sería un gran paso adelante, aunque sea a todas luces insuficiente, el que diarios y medios de comunicación importantes, dieran creciente cabida a la opi-nión de los musulmanes. ¿Qué piensan los propios musulmanes de muchos de los hechos que se atribuyen al Islam? ¿Qué piensan la ma-yoría de ellos?
Centrándonos en el tema del fanatismo, sería útil saber qué dicen las máximas fuentes Islámicas, el Corán y la Sunnah, sobre la cuestión.
Con relación a la forma en que los creyentes han de vivir la reli-gión, el Corán nos dice:
"No cabe coacción en asuntos de fe. Ahora la guía recta se distin-gue claramente del extravío." (2-256)
Incluso en un ámbito tan proclive a la irracionalidad como el de la guerra, existen numerosas referencias morales sobre la manera en que ha de hacerse ésta. El Corán nos dice:
"Oh vosotros que habéis llegado a creer, cuando salgáis a combatir por la causa de Dios, usad vuestro discernimiento y no digáis a quien os ofrece el saludo de paz: 'Tú no eres creyente', –movidos por el deseo de beneficios de esta vida: pues junto a Dios hay grandes botines. También vosotros erais antes de su condición– pero Dios os ha favorecido. Usad, pues, vuestro discernimiento: ciertamente, Dios está siempre bien informado de lo que hacéis." (4-94)
En este sentido, por ejemplo nos ilustra la crónica que José María Mendiluce hace en su libro "El amor armado", en el que describe su experiencia de la guerra en Bosnia, y en el que nos habla sobre las acti-tudes de los soldados musulmanes ante los enemigos que, en este caso, y como sabemos, son hoy juzgados por crímenes contra la humanidad. Sin embargo, no ha existido demasiado interés en relacionar los críme-nes y los excesos con el fanatismo religioso, sino étnico.
En dicho conflicto, los medios no han podido encontrar material informativo alguno que pudiera inducir a establecer una relación entre el Islam y el fanatismo.
En la Sunnah –tradición islámica que recoge los dichos del profeta Mahoma , nos han llegado numerosas indicaciones sobre el tema. Una de ellas, transmitida por Abu Huraira , recoge la siguiente frase del Profeta, repetida tres veces, a propósito del celo exagerado en la religión:
"perezcan los extremistas"
En innumerables oraciones se exhorta a los creyentes a la mode-ración en la observancia de los preceptos religiosos, recomendándose siempre las actitudes intermedias.
Quiero también traer a colación una carta, que publicó el diario El País en 1997, con referencias claras a la postura real y efectiva del Islam con respecto a la cuestión del llamado terrorismo islámico. Tanto la carta de Shahib Zougari, imán de la mezquita de Sevilla, publicada en ese diario el día 31 de Mayo, como el artículo aparecido el día 6 de Junio, firmado por Carlos Colón, dejan bien clara cuál es la postura de los musulmanes ante el fenómeno terrorista. En ambos textos se cita un conocido Edicto del Profeta Mahoma, que dice así:
"He escrito este edicto bajo la forma de una orden para mi comuni-dad y para todos aquellos musulmanes que viven dentro de la cristian-dad, en el Este y en el Oeste, cerca o lejos, jóvenes y viejos, conocidos y desconocidos. Quien no respete el edicto y no siga mis órdenes obra contra la voluntad de Allah y merece ser maldito, sea quien sea, emir o simple musulmán. Cuando un sacerdote o un ermitaño se retiran a una montaña o a una gruta, o se establece en la llanura, el desierto, la ciudad, la aldea, la iglesia, estoy con él en persona, junto con mi ejército y mis súbditos, y lo defiendo contra todo enemigo. Me abstendré de hacerle ningún daño. Está prohibido arrojar a un obispo de su obispado, a un sacerdote de su iglesia, a un ermitaño de su ermita. No se ha de quitar ningún objeto de una iglesia para utilizarlo en la construcción de una mezquita o de casas de musulmanes. Cuando una cristiana tiene relaciones con un musulmán, éste debe tratarla bien y permitirle orar en su iglesia, sin poner obstáculo entre ella y su religión. Si alguien hace lo contrario, será considerado como enemigo de Allah y su Profeta. Los musulmanes deben acatar estas órdenes hasta el final del mundo".
Refiriéndose al caso concreto de Argelia, Shahib Zougari expresa tras su cita, "el profundo dolor por estos santos que han muerto por amor a Dios, del Dios que es el mismo para cristianos y musulmanes".
Por su parte, Carlos Colón dice, tras exponer la carta de Zougari, que "le ha emocionado profundamente leer ese texto valiente que deplora las muertes de los religiosos católicos en Argelia, al tiempo que las separa nítida y limpiamente de la comunidad islámica en general".
Con todo esto, no pretendemos decir que no existan actitudes fa-náticas entre los musulmanes, o que el Islam sea un modo de vivir que hace imposible el fanatismo. No. El fanatismo, la pasión exagerada y la irracionalidad, son actitudes humanas que pueden surgir en cualquier tiempo y lugar. Evidentemente, existen visiones diferentes del mundo, distintas ideologías y cosmogonías, y unas pueden ser más proclives que otras a favorecerlas. En el caso que nos interesa aquí, existen in-numerables ejemplos que pueden llevarnos a la conclusión de que el Islam condena el fanatismo. Y sin embargo siguen asociándose ambas realidades en la imaginería de nuestro tiempo.
Se nos hablaba, a propósito de la Guerra del Golfo, del fanatismo de los soldados iraquíes, incapaces de ver el despotismo de su líder, Saddam Hussein , el cual aparecía prosternándose y haciendo la ora-ción en los noticiarios de la televisión, enarbolando el Corán. Precisa-mente Saddam, líder de un partido laico, el Baas, que propugna la división de poderes al estilo occidental. No es el Islam, entonces, el que en este caso promueve el fanatismo, sino la instrumentalización política de la creencia y el uso tendencioso de una terminología, de unas palabras. No es en este caso el Corán el que propone la adhesión ciega al líder, sino que es la mano de éste la que aparece revestida con la legitimidad de un texto que, para el creyente, es criterio de verdad.
Existen momentos en la historia de los musulmanes en los que el fanatismo ha hecho su aparición en las comunidades. Unas veces por la utilización que se hacía de la religión con una finalidad política extra islámica, otras por las condiciones de vida en que se encontraban de-terminados grupos humanos.
En ese sentido sorprende el hecho de que, durante los procesos revolucionarios acaecidos en América Latina hasta hace una década, no se ha hablado de fanatismo a la hora de evaluar las apasionadas acti-tudes políticas que se han producido en dichos procesos. Da la impre-sión de que la ideología actuaba entonces como legitimadora de deter-minados excesos.
No ocurre lo mismo ahora, cuando lo que se trata de valorar son las consecuencias de otros procesos en los que interviene el hecho reli-gioso y en donde se emplean frecuentemente los términos " integrismo", "fanatismo", "fundamentalismo", "terrorismo", "extremismo" o "intole-rancia".
En unos casos, el discurso occidental nos habla de revoluciona-rios, de mártires de la ideología y de la revolución, y en otros nos pre-senta a terroristas y fanáticos. En unos tiempos y lugares son héroes de la revolución, en otros, simples delincuentes. Sin embargo, el adoctri-namiento intelectual opera hoy con herramientas más sutiles, menos apreciables incluso para el que piensa y analiza.
El uso repetido de una terminología y unos estereotipos, acaban otorgando a estos la calidad de verdaderos e inconmovibles. Lo que se denomina "pensamiento de época" o "espíritu de los tiempos" integra en su imprecisa realidad, todo ese mundo de ideas hechas, aceptadas y consensuadas por el uso, no por una argumentación razonada, o por una voluntad científica de conocimiento. Es el mundo del sentido co-mún mal entendido.
¿Qué sabe el hombre de la calle del ser de los musulmanes con-temporáneos? ¿Cuáles son sus fuentes de información?
Si realmente se apuesta por el reconocimiento, por la convivencia pacífica y por la libertad de conciencia, habremos de actuar de igual a igual, no desde el esquema binario tradicional de "conocedores y conocidos", "definidores y definidos", aprender tal vez del otro que, a pesar de las diferencias, pertenece tanto como uno a la Humanidad como con-junto.
Ese puede ser el principio básico que nos ayude a conjurar los fanatismos, objetivo que la mayoría de los pueblos han expresado como deseable de una u otra forma.
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