lunes, 8 de septiembre de 2014

El Profeso y la masonería

Historia de la masonería

La francmasonería o masonería se define a sí misma como una institución discreta de carácter iniciático, no religioso, filantrópico, simbólico y filosófico fundada en un sentimiento de fraternidad. Tiene como objetivo la búsqueda de la verdad y fomentar el desarrollo social y moral del ser humano, además del progreso social. Los masones se organizan en estructuras de base denominadas logias, que a su vez pueden estar agrupadas en una organización de ámbito superior normalmente deno-minada "Gran Logia", "Gran Oriente" o "Gran Priorato".
 Aparecida en Europa entre finales del siglo XVII y principios del XVIII, la masonería moderna o "especulativa" ha sido descrita a menudo como un sistema peculiar de moral, bajo el velo de alegorías y enseñada por símbolos. Se presenta a sí misma como una herramienta de forma-ción, con un método particular que, basado en el simbolismo de la construcción, permite a sus miembros desarrollar su capacidad de es-cucha, de reflexión y de diálogo, para transmitir estos valores a su en-torno.
La historia institucional de la masonería presenta numerosas disidencias, cuyas principales causas, con importantes matices y derivaciones, están relacionadas con la admisión de la mujer en la masonería, la cuestión de las creencias religiosas o metafísicas, la naturaleza de los temas tratados o la forma de trabajar de las logias, así como con las ba-ses sobre las que se fundamenta la regularidad masónica. La existencia de distintos puntos de vista sobre estos y otros temas ha dado lugar al desarrollo de distintas ramas o corrientes masónicas, que a menudo no se reconocen entre ellas.
Una de las leyendas más importantes de la francmasonería atri-buye a Hiram Abif, mítico arquitecto del Templo de Salomón en Jerusa-lén, la fundación de la orden masónica. Algunos textos retrotraen el ori-gen de la masonería a épocas de aún mayor antigüedad, y llegan a considerar como fundadores a distintas figuras bíblicas, como Tubalcaín, Moisés, Noé o el mismísimo Adán. Más realistas, pero todavía en el ám-bito de lo mítico o de lo casi histórico, diversos autores han atribuido este origen a los constructores de las pirámides en el antiguo Egipto, a los Collegia Fabrorum romanos, a la orden de los templarios, la de los Rosacruces o a los humanistas del Renacimiento.
La hipótesis más aceptada afirma que la francmasonería moderna procede de los gremios de constructores medievales de castillos y catedrales (la llamada masonería operativa), que evolucionaron hacia comunidades de tipo especulativo e intelectual, conservando parte de sus antiguos ritos y símbolos. Este proceso, que pudo iniciarse en distintos momentos y lugares, culminó a principios del siglo XVIII.
Los constructores o albañiles medievales, denominados masones, disponían de lugares de reunión y cobijo, denominados logias, situados habitualmente en las inmediaciones de las obras. Era común a los gremios profesionales de la época el dotarse de reglamentos y normas de conducta de régimen interior. Solían también seguir un modelo de ritual para dar a sus miembros acceso a ciertos conocimientos o al ejercicio de determinadas funciones. Los masones destacaron especialmente en estos aspectos.
Los gremios de constructores, albañiles y arquitectos son men-cionados en varios de los más antiguos códigos de leyes, incluido el de Hammurabi (1692 a. C.). Pero suele considerarse que el primer código regulador específicamente masónico fue el que el rey Athelstan de Inglaterra dio a estas corporaciones en el año 926, denominado Constitucio-nes de York. Este manuscrito se perdió en el siglo XV y fue reescrito de memoria por los que lo conocían. Por este motivo, la Carta o Estatutos de Bolonia, redactados en 1248, son el documento masónico original más antiguo que se conoce. Trata de aspectos jurídicos, administrativos y de usos y costumbres del gremio. Le siguen en antigüedad otros documentos, como el Poema Regius o Manuscrito Halliwell (1390), el Ma-nuscrito Cooke (1410), el Manuscrito de Estrasburgo (1459), los Estatu-tos de Ratisbona (1459), los de Schaw (1598), el Manuscrito Iñigo Jones (1607), los de Absolion (1668) y el Sloane (1700). Todos estos manuscritos se refieren a la masonería "operativa" o gremial, de la que especifican sobre todo las reglas del "oficio", y los historiadores suelen referirse a ellas en un sentido genérico como "constituciones góticas".
Respecto a los rituales masónicos, el primer documento de rele-vancia del que disponen los historiadores se refiere a una de estas or-ganizaciones de la construcción que es particular de Francia, el Com-pañerismo o Compagnonnage, y data de 1655. Sin embargo, ya desde 1630 aparecen distintos documentos que aluden a los usos rituales de la masonería escocesa. El ritual masónico completo más antiguo que se conoce es el manuscrito denominado Archivos de Edimburgo, que data de 1696.
Con la evolución de la sociedad y las transformaciones económi-cas, la mayor parte de las logias de la "masonería operativa" dejaron po-co a poco de ejecutar obras materiales, transformándose en organiza-ciones fraternales, pero conservando, en parte, sus usos y costumbres tradicionales. La francmasonería especulativa es el producto de esta transformación. Desde el siglo XVII, algunas logias de masones operati-vos comenzaron a recibir como miembros a personas ajenas al oficio, generalmente clientes, nobles o benefactores. El perfil de estos masones aceptados solía ser el de intelectuales humanistas, interesados por la antigüedad, el hermetismo, las ciencias experimentales nacientes, etc. Las logias de este tipo se convirtieron en un espacio de librepensamiento y especulación filosófica. Si se trata de una transformación radical o progresiva, es algo que los historiadores se cuestionan hoy en día. En cualquier caso, al menos en Escocia, el vínculo orgánico entre la antigua masonería y la nueva parece incontestable. Las logias «no operativas» se hacen cada vez más numerosas en Escocia, Inglaterra e Irlanda.
El 24 de junio de 1717, cuatro logias londinenses que llevaban el nombre de las tabernas en que realizaban sus encuentros (La Corona, El Ganso y la Parrilla, El Manzano y El Racimo y la Jarra), se reunieron para formar una agrupación común. Denominaron a la nueva organiza-ción Gran Logia de Londres y de Westminster, y su primer Gran Maestro fue Anthony Sayer. La creación de esta nueva institución supuso un salto significativo en la organización de la masonería, que trascendió así del ámbito logial. Formada en parte por miembros de la Royal Society próximos a Isaac Newton, la nueva Gran Logia se dotó en 1723 de una Constitución redactada por dos pastores protestantes: Jean Theóphile Désagulliers y James Anderson, quien, como compilador, dio nombre a las que se conocen como Constituciones de Anderson. Más allá de las diferentes interpretaciones que se dan sobre el alcance de elementos concretos del texto de las Constituciones, la mayoría de los autores coinciden en resaltar el espíritu de tolerancia y no sectarismo que anima el conjunto, destacando su deseo de presentar a la masonería como un "centro de unión" entre todos los hombres, cualesquiera que sean las razas, opiniones y creencias que los distingan.
El ritual practicado por la primera Gran Logia, aunque enriqueci-do y desarrollado, era perfectamente conforme a los usos escoceses "so-bre todos los puntos de la Masonería", tal como lo atestigua el acta de la visita de Désagulliers a la logia Mary´s Chapel el 24 de agosto de 1721. Los rituales de esta primera Gran Logia se conocen por una obra publicada en 1730, La masonería diseccionada (Masonry Dissected), que los reveló al público, y generó gran escándalo entre los miembros de la or-den.
Pese a que la creación de la Gran Logia de Londres generó reac-ciones contrarias por parte de algunos sectores de la masonería operativa inglesa, el nuevo modelo masónico se extendió rápidamente por Europa y América con la creación, en los años siguientes, de la Gran Logia de Irlanda en 1725, la primera Gran Logia de Francia entre 1726 y 1730, la Gran Logia Provincial de Pennsylvania en 1731, la Gran Logia Provincial de Massachusetts en 1733 y la Gran Logia de Escocia en 1736.
La extensión a América de la masonería tuvo consecuencias im-portantísimas en el desarrollo de La independencia de los Estados Uni-dos: todos los firmantes de la Constitución eran masones, y la llegada de las ideas ilustradas a la América española y brasileña se debió en gran medida a los masones, como señala Laurentino Gomes en su be-tseller  1822: "Masones de todas las capas sociales fueron los que in-trodujeron en Brasil las ideas ilustradas de Europa y quienes incitaron las revueltas anti portuguesas hasta la independencia, masones los que apoyaron la coronación del primer rey brasileño, D. Pedro I (nombrado gran maestre) como medio para evitar la disgregación de las distintas provincias brasileñas, disgregación que se dio en la América española".
El desarrollo y extensión de la Masonería a lo largo del siglo XVIII fue imparable. Lo demuestran las numerosas prohibiciones a que dio lugar desde entonces: en Holanda se prohíbe en 1735; en Flandes y en el Palatinado, en 1738; Clemente XII fulmina contra ella el 26 de abril de 1738 la excomunión en la encíclica In eminenti y en 1739 prohíbe sus asambleas en los Estados Pontificios bajo pena de muerte; la con-denación papal alerta a Europa y desde entonces se suceden las prohi-biciones); en Polonia, en 1739; en Viena, en 1743 y en España y sus colonias en 1751.
La regularidad es un concepto tan importante como debatido en el seno de la francmasonería. Con base a él, las Obediencias masónicas establecen acuerdos de mutuo reconocimiento y relación entre ellas. En general, se habla de Masonería regular para referirse a la que se atiene a una serie de reglas tradicionales. Sin embargo, existe discrepancia sobre cuáles de estas normas son las realmente importantes y cuáles no, lo que da lugar a la división de la masonería mundial en dos corrientes principales, a las que se puede añadir un cierto número de logias y de pequeñas obediencias no adscritas a ninguna de las dos.
Las condiciones aceptadas por las dos corrientes principales para reconocer la regularidad de una Obediencia masónica son:
Que posea una legitimidad de origen; esto es, que su constitución haya sido auspiciada por alguna otra organización masónica regular. En este sentido, suele considerarse que la regularidad inicial emana de la antigua Gran Logia de Londres y Westminster.
El respeto a los valores y principios capitales establecidos en los documentos fundacionales, en concreto las llamadas Constituciones de Anderson, publicadas en 1723.
Las dos corrientes discrepan en varios puntos importantes, que afectan incluso a sus respectivas denominaciones. Ambas corrientes suelen ser conocidas, respectivamente, como regular, una de ellas, y como liberal o no dogmática, la otra. Sin embargo, los representantes de la segunda mantienen que su corriente es también plenamente regular, mientras que los de la primera argumentan que la suya es asimismo esencialmente liberal y no dogmática. Es imposible establecer un criterio objetivo sobre este tema. Quizá, lo que se puede afirmar es que las diferentes corrientes masónicas no se consideran identificadas con tér-minos como irregular o dogmática. Finalmente, las logias que no se adscriben a los criterios de ninguna de las dos principales corrientes suelen ser denominadas salvajes, si bien ellas prefieren referirse a sí mismas como bajo la bóveda celeste.
La corriente que se denomina anglosajona está encabezada por la Gran Logia Unida de Inglaterra y a ella se adscriben las principales obediencias, por lo que a número de miembros se refiere, de las Islas Británicas, Estados Unidos, los países de la Commonwealth, Iberoamérica y parte de la Europa continental, incluida España [1]. Basándose en su interpretación de la tradición masónica y, en particular, de las Constituciones de Anderson, las Obediencias y Logias de esta línea establecen los siguientes criterios de regularidad:
La creencia en un dios o en un ser supremo (solo uno), que puede ser entendido como un principio no dogmático, como un requisito im-prescindible a sus miembros. Los juramentos deben realizarse sobre el llamado Volumen de la Ley Sagrada, generalmente la Biblia u otro libro considerado sagrado o símbolo de lo trascendente por el que realiza el juramento. La presencia de este Volumen de la Ley Sagrada, la Escuadra y el Compás son imprescindibles en la logia.
No se reconocía la iniciación masónica femenina ni se aceptaba el contacto masónico con las logias que admitan a mujeres entre sus miembros. Están expresamente prohibidos las discusiones sobre política y religión, así como el posicionamiento institucional sobre estos as-pectos.
La corriente que se denomina liberal o  no dogmática tiene su principal exponente mundial en el Gran Oriente de Francia. Es la principal corriente, por lo que a número de miembros se refiere, en Francia, África francófona y algunos países de la Europa continental, y a ella se adscriben muchas obediencias en todo el mundo, en especial en Iberoamérica y la Europa continental, incluyendo, en particular, a las Obediencias femeninas y mixtas. No se basa en un estándar de regula-ridad establecido, sino que mantiene como referente el reconocimiento compartido de unos valores, modelos rituales y organizativos que, por tradición, se consideran esencialmente masónicos. Por este motivo, pre-senta una mayor variedad de formas concretas de organización, cuyas principales características, que no tienen que darse simultáneamente, son:
El principio de libertad absoluta de conciencia. Admite entre sus miembros tanto a creyentes como a ateos y los juramentos pueden rea-lizarse, según las logias, sobre el Libro de la Ley (las Constituciones de la Orden) o sobre el Volumen de la Ley Sagrada, en ambos casos junto a la Escuadra y el Compás. El reconocimiento del carácter regular de la iniciación femenina. Las Obediencias pueden ser masculinas, mixtas o femeninas. El debate de las ideas y la participación social. Las logias debaten libremente incluso sobre cuestiones relacionadas con la religión o la política, llegando, en determinadas ocasiones, a posicionarse institucionalmente sobre cuestiones relacionadas con esos aspectos.
El Gran Arquitecto del Universo, expresado habitualmente con el acrónimo GADU, es un símbolo tradicional en masonería cuyo contenido, interpretación y relevancia varían según la corriente masónica de que se trate.
Para la corriente anglosajona, el GADU representa al Ser Supremo, un principio masónico cuya creencia e invocación en la práctica del rito son imprescindibles. Para la corriente continental, establecer la condición de la creencia en un Ser Supremo supone limitar la libertad de conciencia de sus miembros, por lo que ni la creencia en el GADU ni su invocación son preceptivas. Los masones, como individuos, son en todo caso libres de darle el contenido que mejor se ajuste a sus creen-cias. Como todos los símbolos, proporciona un marco, pero su interpretación concreta corresponde a cada cual. Muchos francmasones consideran que el símbolo GADU es igual al Dios creador que determina a su voluntad los planes de la existencia. Para otros muchos, simboliza la idea de un Principio Creador, Alma Suprema que está en el origen del Universo, cuya naturaleza es indefinible. Hay por último masones que, prescindiendo de cualquier enfoque trascendente, identifican al GADU con la sublimación del ideal masónico o que lo interpretan desde una perspectiva panteísta o naturalista. La masonería no sería compatible con una postura de nihilismo radical que negara cualquier sentido tras-cendente o inmanente al mundo, que interpretara el Universo como un puro caos sin orden posible, o que negara que, a pesar del desorden aparente, haya un Cosmos. En el siglo XIX, certificados como éste se emitían con regularidad para que los masones pudiesen demostrar que habían tomado los tres grados de la masonería en una logia regular.
Los tres grados de la masonería son:
Aprendiz – es el primer grado, el de los iniciados, con el que una persona se vuelve masón, con grados del 1 al 11;
Compañero – es un grado intermedio, donde el masón se dedica a aprender, con grados del 12 al 22;
Maestro – es el tercer grado, en el cual se requiere que el masón participe en la mayor parte de los aspectos de la logia y de la masonería, con grados del 23 al 33.
Los tres grados representan tres etapas del desarrollo personal. No hay, para los masones, un significado único de estos tres grados; conforme un francmasón va trabajando en cada uno de los grados y estudiando, interpretará estos grados en función de su desarrollo perso-nal, y su única obligación será cumplir con las normas de la logia para la que trabaja. Una estructura simbólica común y una serie de arquetipos universales le servirán a todo masón para encontrar sus propias respuestas a las preguntas filosóficas de la vida.
No hay ningún grado en la francmasonería que sea superior al grado de maestro. Si bien algunas órdenes masónicas tienen otros gra-dos con números, estos otros grados se consideran complementarios al grado de maestro y no promociones del mismo. Un ejemplo de ello es el Rito Escocés, que confiere grados desde el número  hasta el número 33. Para alcanzar estos grados adicionales, es necesario ser maestro masón. Su administración depende de un sistema paralelo al de las logias azules o de artesanos; dentro de cada organización hay un sistema de oficios, que confiere rangos únicamente dentro de ese grado o dentro de esa orden.
En algunas jurisdicciones, en particular las de Europa continen-tal, se les solicita a los masones que elaboren artículos sobre temas filosóficos, y que los presenten en público en la logia. Hay una extensísima bibliografía de artículos, revistas y publicaciones masónicas, que incluyen abstracciones y lecciones espirituales o morales de calidad diversa, manuales prácticos acerca de la organización y el manejo de los ritos, y también artículos históricos y filosóficos que merecen un gran respeto académico.
Las actividades de las logias se mantienen en secreto, existiendo actualmente aún dos tipos de secretos prioritarios, uno de ellos asociado con el reconocimiento. Las palabras de pase, los toques al saludarse y las respuestas a preguntas específicas para poder ingresar a la orden forman parte del conocimiento esotérico que sólo se transmite en el in-terior de la institución y a quienes han alcanzado el conocimiento para llegar ahí. El otro tipo de secreto es ritual y es personal: es el conoci-miento que cada miembro de la logia va adquiriendo de sí mismo con-forme aprende. Es una experiencia personal que no se puede transmitir a nadie.
En la Edad Media, las corporaciones de arquitectos y picapedreros estaban integradas, en la mayor parte de los casos, únicamente por varones. Sin embargo, existen también numerosos ejemplos de la pre-sencia de mujeres en estas organizaciones antecesoras de la masonería moderna. En el siglo XIII era aceptada la pertenencia de mujeres a las cofradías profesionales, como es el caso de las hilanderas, integradas exclusivamente por mujeres, o incluso en profesiones identificadas en aquella época por hombres, como la Guilda (corporación) inglesa de los Carpinteros de Norwich 1375, a la que pertenecían los albañiles de York y se hacía mención a la pertenencia de "hermanos" y "hermanas". Entre los constructores de catedrales es muy significativo el caso de Sabine de Pierrefonds, hija de Hervé de Pierrefonds, más conocido por su nombre germánico Erwin von Steinbach, constructor principal de la Catedral de Estrasburgo. Sabine esculpió algunas de las notables estatuas de Nôtre Dame de París, y a su vez, en tanto que Maestra de Obra, formó apren-dices en su oficio. Y es probable que no fuera la única mujer en ser Maestra del Oficio. En los archivos de la Logia de York N° 236, que perteneció a la antigua Gran Logia de toda Inglaterra, existe un manuscrito ritual de 1693 que, refiriéndose al momento de la recepción en la Logia, dice: “Uno de los antiguos toma el Libro, y aquel o aquella que debe ser hecho masón, posa las manos sobre el Libro, y le son dadas las instrucciones.”
Cuando surgió la masonería especulativa, o moderna, en el siglo XVIII, la mujer no estaba ni económica ni social ni políticamente eman-cipada, y en las Constituciones de Anderson de 1723 no se la tuvo en cuenta. Pero las mujeres no quisieron permanecer indiferentes a las realizaciones de las asociaciones masónicas. Es así como en Francia, en 1730, sólo cinco años después de la aparición de la masonería especulativa en este país, comenzaron a realizarse gestiones para ser aceptadas en la institución. El 10 de junio de 1694, el Gran Oriente de Francia había tomado bajo su protección, en una Asamblea General, la Ma-sonería de Adopción. Se trataba de logias formadas por mujeres bajo la tutela de los masones varones. El 11 de marzo de 1695, el marqués de Saisseval, ayudado por otros hermanos, formó la logia “El Candor”. Fue su primera Gran Maestra la duquesa de Bourbon, a quien siguieron la princesa de Lamballe (1780), la emperatriz Josefina (1805), madame de Vaudemont (1807) y madame de Villete (1819), amiga personal de Voltaire.
Ya en la segunda mitad del siglo XIX, el 14 de enero de 1882, en la localidad de Le Pecq (Francia) la logia “Los Librepensadores” inició a una escritora y conocida militante a favor de los derechos de la mujer, Marie Deraismes, quien el 4 de abril de 1893 creó, junto con el senador Georges Martin, la “Gran Logia Simbólica Escocesa de Francia – Le Droit Humain”. Esta logia daría origen a la Orden Masónica Mixta Internacional "El Derecho Humano". El Derecho Humano extendió rápidamente su acción en el mundo, y perteneció al mismo Mary Besant, célebre feminista inglesa y secretaria de la Sociedad Fabiana, antecesora del Par-tido Laborista de Inglaterra.
A lo largo del siglo XIX y principios del XX, la Masonería de Adopción fue desapareciendo, y fue transformándose en masonería femenina, especialmente con el surgimiento de la Unión Masónica Femenina de Francia el 21 de octubre de 1945, que culminó en 1952 con la creación de la Gran Logia Femenina de Francia, que irá extendiendo la masonería integrada por mujeres en el resto de la Europa continental y América Latina. Todavía algunas organizaciones masónicas masculinas siguen considerando "irregular" la presencia de mujeres en la masonería, si bien hoy existe un alto nivel de integración a partir de la existencia de organizaciones masónicas mixtas o femeninas en la mayoría de los países. Estas organizaciones son, por lo demás, plenamente aceptadas por las obediencias masculinas de la corriente masónica liberal.
Desde su fundación, la masonería ha encontrado la oposición de distintos tipos de actores sociales. Los motivos de esta oposición pueden haberse referido a la institución masónica en cuanto forma de organización, o bien poner el acento en una característica pretendidamente negativa de sus principios filosóficos y valores morales. El término anti masonería o anti masonismo se refiere a la desconfianza, a la crítica, a la oposición, a la hostilidad, a la discriminación, a la represión o a la persecución de la masonería.
Una clasificación de las instituciones e ideologías antimasónicas que con mayor contundencia se han opuesto o han atacado a la maso-nería puede ser la siguiente:
Poderes religiosos:
La Iglesia católica (encíclicas In Eminenti, del papa Clemente XII; y Humanum Genus del papa León XIII, entre otras)
Integrismo islámico por ejemplo, la masonería está prohibida en Irán y muchos países islámicos.
Bahaísmo, Shoghi Effendi expresamente prohibió a los bahais pertenecer a la masonería, la teosofía y cualquier sociedad secreta.
La Iglesia católica ha condenado sistemáticamente la filiación a la masonería en innumerables documentos, decretando que ésta es in-compatible por sus principios con la doctrina y la fe de la Iglesia católica. Los pronunciamientos papales en este sentido han sido constantes en este parecer:

  • Clemente XII, Carta Apostólica: In Eminenti, 24 de abril de 1738.
  • Benedicto XIV, Constitución Apostólica: Providas, 18 de mayo de 1751.
  • Pío VII, Constitución: Ecclesiam a Jesu Christo, 13 de septiembre de 1821.
  • León XII, Constitución: Quo Graviora, 13 de marzo de 1825.
  • Pío VIII, Carta Encíclica: Traditi Humilitati, 24 de mayo de 1829.
  • Gregorio XVI, Carta Encíclica: Mirari Vos, 15 de agosto de 1832.
  • Pío IX, Carta Encíclica: Qui Pluribus, 9 de noviembre de 1846; Alocución: Quibus Quantisque, 20 de abril de 1849; Carta Encíclica: Nostis et Nobiscum, 8 de diciembre de 1849; Carta Encíclica: Cuanta Cura, 8 de diciembre de 1864; Alocución: Multiplices Inter, 25 de sep-tiembre de 1865; Constitución: Apostolicae Sedis, 12 de octubre de 1869; Carta: Quamquam, 29 de mayo de 1873; Carta: Exortae, 29 de abril de 1876.
  • León XIII, Carta Encíclica: Humanum Genus, 20 de abril de 1884; Carta Encíclica: Dall´alto dell´Apostolico Seggio, 15 de octubre de 1890; Carta Encíclica: Inimica Vos, 8 de diciembre de 1892. Carta Encíclica: Custodi di Quella Fede, 8 de diciembre de 1892.
  • San Pío X alude a la masonería en las Cartas Encíclicas: Vehe-menter Nos, 11 de febrero de 1906 y Une Foi Encore, 6 de enero de 1907.
  • Denuncian ocasionalmente la masonería los papas:
  • Pío XI, Carta Encíclica: Non Abbiamo Bisogno, 29 de junio de 1931.
  • Pío XII, Carta a Monseñor Montini, 29 de mayo de 1958.
  • También el Sínodo Romano de 1960, bajo Juan XXIII, recuerda la condena de la masonería.
  • Otros pronunciamientos de la Iglesia referentes a la masonería: El antiguo Código de Derecho Canónico del año 1917, promulgado bajo el pontificado de Benedicto XV, condena la masonería explícitamente en los cánones 684, 1349 y 2335. Los que dan su nombre a la masonería o a otras asociaciones que maquinan contra la Iglesia, incurren en excomunión. Código de Derecho Canónico de 1917, can. 2335. Y el Nuevo Código de Derecho Canónico de 1983 dice: Quien da su nombre a una asociación que maquina contra la Iglesia debe ser castigado con una pena justa, quién promueve o dirige esa asociación, ha de ser castigado con entredicho. Código de Derecho Canónico de 1983, can. 137411. Véase también la Declaración sobre la masonería de la Conferencia Episcopal Alemana 12 del 9 de julio de 1980 y la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la masonería del año 1983.

Grupos políticos o gobiernos.
Monarquías absolutistas: el zar Alejandro I, los monarcas españoles Fe-lipe V, Fernando VI, Carlos III y Fernando VII. Las dictaduras totalitarias del siglo XX: Primo de Rivera, Hitler, Franco, Salazar, Mussolini, el régimen de Vichy, las dictaduras proletarias de la Unión Soviética (Ter-cer Congreso de la Internacional Socialista 1921) y de todos los países comunistas. Una excepción a este conjunto es Cuba, que no ilegalizó la francmasonería, debido a que el héroe nacional, José Martí, era masón, aunque esta afirmación es discutida por muchos y no se enseña ofi-cialmente. En Miami está localizada la Gran Logia de Cuba en el exilio, la cual no es aceptada como legítima por la masonería americana. La Gran Logia de Cuba (regular y aceptada) tiene sede en La Habana (Ro-ckefeller de la masonería).
Desde su surgimiento la masonería ha sido considerada por no pocas personalidades e instituciones como una asociación peligrosa por su carácter secreto. Muchos la ven como «una sociedad secreta de corte esotérico y ocultista que procura destruir la civilización cristiana y la Iglesia católica». Y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid publicó una tesis doctoral, basada en documentos del Archivo General de Simancas, donde se transcriben artículos que las logias ma-sónicas de España enviaban a los periódicos durante los años de la Se-gunda República Española (1931-1939) donde calumniaban a la Iglesia católica e incitaban a la quema de conventos y matanza de sacerdotes y monjas.
También se ha criticado a las logias del Gran Oriente de España por proponer a las Cortes Constituyentes de la República que incluye-sen en la Constitución de la República las siguientes disposiciones, entre otras: Romper las relaciones diplomáticas con el Vaticano. Prohibir manifestaciones de índole religiosa en la calle. Incautación de los bienes de la Iglesia dedicados a la beneficencia. Nacionalizar todos los bienes de las órdenes religiosas. Expulsar o exclaustrar a todos los religiosos de ambos sexos. Incapacitar legalmente a los sacerdotes para la enseñanza, etc.
También se imputa a los masones que en repetidas ocasiones ha-yan intervenido decretando muertes, entre las cuales son conocidas las de Luis XVI de Francia y Gustavo III de Suecia, aprobadas en la reunión de Fráncfort en 1784, así como la muerte de Gabriel García Moreno, presidente del Ecuador.
Otras críticas están asociadas a cómo se auto describe esta orga-nización, la cual se declara no religiosa y no dogmática, pero cuyas prácticas presentan una actividad considerada como "una secta social excluyente y religiosa".
Uno de los temas dentro de la discusión del mundo masónico es la figura de Dios, el Gran Arquitecto del Universo está sujeto a discusión según las diferentes líneas de pensamiento acerca de su existencia y si este es un dogma o no que debe establecerse en una logia. Existe cierta uniformidad en establecer como regularidad masónica su creencia y se acepta su discusión como parte de la iniciación para la búsqueda de la verdad. Por otro lado, la aceptación de la Regla de los doce puntos en sus generalidades, a pesar de las corrientes más liberales para flexibilizarla en ciertos aspectos, igualmente adopta la existencia de dogmas implícitos en lo que se considera sagrado dentro de su her-mética: símbolos, vestimentas, grados, relaciones y ritos (aun prescin-diendo de un Dios dogmático). Al existir cuestiones sagradas dentro de un cuerpo de conductas afines a sus creencias, se establece por lo tanto a la francmasonería como un culto pararreligioso (los masones asisten a sus templos, tienen castigos morales, entregan dinero, estudian sus símbolos, aprenden sus ritos, se imponen una filosofía y disciplina sa-grada, y desarrollan una relación entre sus integrantes) dentro del tejido religioso y social habitual. Esto significa que el culto masónico no es excluyente de las creencias religiosas habituales de sus integrantes (por lo menos en un principio) aunque esta práctica termina fomentado una doble vida en las personas por su inherente secretismo cuando se adop-ta finalmente como estilo de vida.
Es posible establecer su carácter de secta desde el punto de vista sociológico en un contexto psicológico de las minorías nómicas, en el que se «reconoce a estos grupos un carácter activo, esto es, una capaci-dad de influencia y transformación de la sociedad y sus valores diferente a las de una mayoría perteneciente a lo establecido,... aunque también se trata de grupos con una disciplina rigurosa, que practican un reclutamiento selectivo y una dinámica con alto nivel de cohesión gru-pal».21 Así, esta secta social-religiosa muestra una conducta persisten-temente excluyente al solo invitar a participar a personas con cierto ni-vel cultural, que no representan la amplitud de la sociedad. También tal conducta de estas organizaciones es una caldo de cultivo para que se ocupen las logias como medio para lograr ciertos beneficios indebidos a través del tráfico de influencias de las personas que las integran.
Bajo el nombre de J. Boor, el Generalísimo Francisco Franco pu-blicó en 1952 un interesante libro acerca de la masonería. Un extracto del texto:
Nace este libro como una necesidad viva, pues son muchos los españoles que, dentro y fuera del país, anhelan conocer la verdad y al-cance de una de las cuestiones más apasionantes, pero a la propia vez, peor conocidas, de nuestro tiempo: la de la masonería. Se hace indis-pensable el recoger en un texto hechos probados y registrados en los anales españoles que, omitidos por la mayoría de los historiadores liberales, destacan la magnitud del cáncer que corroe a nuestra sociedad. Uno de los medios preferidos por la masonería para alcanzar sus fines es el secreto. No se le podía favorecer el juego. Era preciso desenmascararla, sacar a la luz y satisfacer la legitima curiosidad de tantos en ello interesados. Movidos por esta necesidad es por lo que agrupamos bajo el título de este libro una serie de artículos publicados en el diario Arriba desde 1946 hasta la fecha. Teniendo, pues, el lazo de unión de la materia común a que se refieren y existiendo entre ellos un encadena-miento lógico, ofrecen al mismo tiempo la particularidad de su independencia. Queremos decir que estaban escritos para ser entendidos individualmente, porque así́ lo requerían las circunstancias en que se pu-blicaban. El conjunto de lectores de la Prensa es una masa fluida para la cual si cada artículo hiciera referencia al anterior el texto del mismo perdería sentido. Era preciso, por ello, insistir en los puntos generales, a riesgo de repetirse. Esa nota es la que observará el que leyere, pues hemos preferido recoger completos los textos de los susodichos artículos, no solo porque, en último término, parece aconsejable dejar bien sentados los principios básicos de nuestra argumentación, sino, ade-más, porque de esa forma el que precise en un momento dado informa-ción sobre cualquiera de los temas indicados en el índice no se verá́ obligado a la rebusca fatigosa de datos complementarios entre el resto de las páginas.
Pero, además, surge este libro como una defensa de España. Como decimos en sus principios: “no hubiéramos descubierto estas intimidades..., si la vesania y la pasión de que contra España dan muestras no nos obligase en nuestro puesto de vanguardia a no abandonar una sola de las armas que Dios nos ha puesto en nuestras manos”, Y ninguna más eficaz que desentrañar y hacer públicas las actividades de esa secreta institución, con sus fines conocidos (odio a Roma y a Espa-ña) y sus hechos inconfesables.
Nos hallamos ante uno de los secretos menos investigados de la Edad Moderna; ante uno de sus más repugnantes misterios. Llevados de las apariencias, no son pocos quienes con harta inocencia admiten que la masonería ni tiene la importancia que se le quiere achacar, ni sus fines son tan innobles, ni sus procedimientos tan criminales. Y exponen como principal argumento el hecho de que en Inglaterra la mayoría de la gente de más alta calidad social pertenece a la masonería.
He aquí́, pues, el campo que es necesario deslindar. No atacamos a la masonería inglesa, y poco nos preocuparía si se encerrase en los límites naturales de sus dominios, porque lo que nos interesa no son tanto sus características como su afán de extenderse desbordando sus fronteras. La masonería es un producto inglés, al modo como el comu-nismo lo es ruso; un producto que ha logrado nacionalizarse en otros países, como en Norteamérica, y especialmente en Francia, a la manera que el comunismo lo ha hecho en Yugoslavia. Pero de la misma forma que el comunismo, en Francia o en Italia, no respira más que conforme a lo que le indican sus amos desde Moscú́, de análoga forma la masonería española cumplía aquellas consignas que partían de Londres o de Paris. Que la masonería fue la activa debilitadora de nuestro imperio nadie puede negarlo. Ella fué quien logró la expulsión de los jesuitas, uno de los hechos que causaron más daño a nuestra América. Ella, quien llevó la guerra a nuestras colonias y quien convirtió́ a nuestro siglo XIX en un rosario sin fin de revoluciones y de contiendas civiles. Para Inglaterra fué el medio de activar la desmembración de un imperio que le hacía sombra; para Francia, el mejor sistema de eliminar su frontera sur y una rival. A ninguna de las dos naciones le convino jamás una España fuerte, y jugaron “al alimón” para lograrlo. Si ello puede parecer a algunos natural y humano, más lógico, natural y humano es que los españoles procuremos zafarnos de tan “generosos” amigos, eliminando la peste que nos envían, aunque venga encubierta por la amistad; que nunca nos han sido más dañinas las maniobras franco inglesas que cuando presentaban por delante la sonrisa de lo amistoso. La política internacional no suele tener entrañas; en ella, amistades y sentimentalismos no cuentan. Jamás un país suele llevar su celo por otro más allá́ de sus propios intereses. Eso es la moneda corriente, y debe-mos sujetarnos a ella, Y porque el derecho de protegerse es bueno para todas las naciones es por lo que en defensa de su independencia y de sus legítimos intereses, trata España de precaverse de la masonería. Desde que Felipe Wharton, uno de los hombres más pervertidos de su siglo, fundó la primera logia de España hasta nuestros días, la masonería puso su mano en todas las desgracias españolas. Ella fué quien pro-vocó la caída de Ensenada. Ella, quien
eliminó a los jesuitas, quien forjó a los afrancesados, quien minó nuestro Imperio, quien atizó nuestras guerras civiles y quien procuró que la impiedad se extendiera. Ya en nuestro siglo, la masonería fué quien derribó a Maura y quien se afanó siempre por atarnos de pies y manos ante el enemigo, la que apuñaló́ a la Monarquía y, finalmente, quien se debate rabiosa ante nuestro gesto actual de viril independencia. ¿Cómo se nos puede negar el derecho de defendernos de ella? ¿Es que puede alguien escandalizarse porque España la haya puesto fuera de la ley? Los masones en España significan esto: la traición a España y la amenaza de la religión; abyectas figuras que, por medrar, son capaces de vender sus hermanos al enemigo.
Todo esto es lo que se demuestra en estas páginas. El que quiera conocer cuanta maldad, qué perversos planes, qué odiosos medios utili-za la masonería, que lea estas páginas. Quien quiera encontrar las pruebas de por qué́ España acusa a la masonería y la expulsa de su seno, que compulse este libro.
Que después de leído, si lo hace atentamente, no puede quitarnos la razón.
Masonería y Comunismo 14 de diciembre de 1946.
Todo el secreto de las campañas desencadenadas contra España descansa en estas dos palabras: “masonería y comunismo”. Antagónicas entre sí́, pues ambas luchan por el dominio universal, la segunda le va ganando la partida a la primera, como en la Organización de las Naciones Unidas se viene demostrando.
El hecho no puede ser más natural. Así́ como la masonería mueve las minorías políticas sectarias, el comunismo, más ambicioso, se apoya en una política de masas explotando hábilmente los anhelos de justicia social; mientras la primera carece de masas y tiene que vivir en la clan-destinidad, que es su arma, el segundo dispone de la “quinta columna”, con núcleos en los distintos países. La pasión personal de determinados masones hizo olvidar la conveniencia de la secta para enrolarse al carro de Moscú́.
Todo el conjunto de las deliberaciones de la O. N. U., la propuesta inopinada de Trygve Lie, grado 33 de la masonería, que no le priva, a su vez, de estar al servicio de Moscú́; la burda maniobra de Spaak, grado 33 también de la masonería belga; el compadre de Giral, grado 33 de la española; la actuación de Padilla el mejicano, grado 33 de la de su país; la conducta de algunos delegados que, contra las ordenes de sus Gobiernos, se ausentan o no votan, son señales inequívocas de que por encima de la voluntad de los pueblos, de la conveniencia de las naciones y de su propio prestigio, existe un poder internacional secreto mucho más terrible que todos los fascismos habidos y por haber, pues se mueve en la clandestinidad, maniobra y hace y deshace a capricho de los que pomposamente se titulan representantes de la democracia.
No hubiéramos descubierto estas intimidades, pues no somos amigos de inmiscuirnos en las vidas ajenas —allá́ ellos con sus con-ciencias—, si la vesania y pasión de que contra España dan muestras no nos obligase en nuestro puesto de vanguardia a no abandonar una sola de las armas que Dios ha puesto en nuestras manos.
El Alzamiento español contra todas las vergüenzas que la Repu-blica encarnaba, para salvar una España en trance de desmembración, fomentada a través de la masonería por quienes aspiraban a aprove-charse de los “Azerbaijanes” en Cataluña y en Vascona, tuvo que extir-par de nuestro suelo dos males:
El de la masonería, que había sido el arma con que se había des-truido el Imperio español y fomentado durante siglo y medio sus revoluciones y revueltas, y el comunismo internacional, que en las últimas décadas venia minando y destruyendo toda la economía y el progreso de la Nación española, y que había llegado al momento, por nadie discutido, de implantar por la fuerza el terrorismo del comunismo soviético.
Toda la protección que los rojos españoles encuentran en los me-dios internacionales tiene una misma explicación y un mismo origen: o son los masones los que los apadrinan y apoyan, o son las Embajadas soviéticas y sus agentes quienes los mandan y los financian.
Masonería y comunismo, enemigos a muerte y en franca lucha, se unen, sin embargo, en esta ocasión a través de los Giral y de los Trygve Lie, creyéndose cada uno capaz de ganar la partida a su contrario, con el desprecio más absoluto al pueblo español y a sus derechos, olvidando que España con su sangre y con sus armas se ha redimido hace diez años del cáncer que la corroía y que los españoles saben lo que se juegan en todos esos cambios y aventuras que los masones del extranjero les ofrecen. Puede en otras naciones no católicas adoptar la masonería formas patrióticas y aun prestarles servicios en otro orden; pero lo que nadie puede discutir, masones o no masones, es que la masonería para España haya constituido el medio con que el extranjero destruyó el Im-perio español, y a caballo de la cual se dieron todas las batallas de orden político revolucionario en España. La quema de las iglesias y conventos de mayo de 1931, la expulsión de la Compañía de Jesús, así́ como anteriormente la de las Órdenes religiosas y la incautación de sus bienes en el pasado siglo por el masón Mendizábal; los asesinatos de Melquiades Álvarez, de Salazar Alonso, de Abad Conde, de López Ochoa, de tantos y tantos republicanos asesinados bajo el dominio rojo en Ma-drid, fueron obra criminal y meditada de la masonería. ¿Qué de extraño tiene, en los que en aquella ocasión y tantas de la Historia armaron la mano del asesino para eliminar a sus compañeros arrepentidos, que hoy esgriman todos sus artificios, toda su maldad y todas sus fuerzas contra quien en España encarna el espíritu antimasónico y le asegura la tranquilidad y el orden? –
Si el ataque de Moscú y de sus Quisling, los representantes de los pobres pueblos sojuzgados e invadidos, tiene una explicación de orden comunista, la conducta de otros delegados tiene esta fácil e incontrovertible demostración.
Han marchado a la cabeza en el ataque dos representantes, aparte de los del lado soviético: el belga y el francés. Valiéndose el primero de su experiencia parlamentaria y masónica introdujo, contra la propia voluntad y sin votación, palabras injuriosas que satisfacían a su odio y que representaban en sí una de las infamias mayores que se hayan cometido en la Asamblea, esto es: que el representante de una nación que tiene una mayoría católica en su Parlamento, nación que se distingue por su cordura y su espíritu ecuánime, considerada como uno de los pueblos más civilizados y progresivos de Europa, es traicionada por su representante, que llevado de sus fobias personales y de su espíritu masónico, sorprende a la Asamblea desprestigiando a su país y echándole encima un baldón de ignominia. No es una sorpresa para los españoles la conducta del señor Spaak; hace tiempo se especulaba en círculos financieros de Madrid con el ataque; el pueblo belga podría hacer en este sentido importantes investigaciones; para nosotros nos basta seña-lar su calidad de masón y su obediencia al sectarismo y al odio masónico contra nuestro Caudillo y contra nuestro Régimen. Es la “reprisse” de aquella otra acción masónica que erigió́ en una plaza de Bruselas un monumento al anarquista español Francisco Ferrer Guardia, masón grado 33, fusilado por anarquista en Barcelona en la semana sangrienta del año 1909.
Por cuanto a los franceses se refiere y a ese desdichado M. Jouhaux, uno de los organizadores principales de las brigadas internacionales en nuestra guerra de Liberación, no podíamos esperar otra co-sa; el espíritu anti español y de mala vecindad de la masonería francesa hace muchos años qué lo padecemos, ha sido un medio de que se valió la nación francesa para suprimir una frontera. Mas, no contenta con ello, aun aspiraba a más, y en el camino de su “chauvinismo” y de sus ambiciones llegó durante nuestra guerra de Liberación a repartir por el sur de Francia aquella celebre cuartilla con un mapa de nuestra región pirenaica, lindante con su frontera, en el que en el río Aragón se unían al norte de Huesca dos zonas, la de Catalunya, al Este, y la de Vascona, al Oeste; España, interpuesta por éstas, aparecía rotulada al Sur. Letreros elocuentes destacaban sobre el dibujo, en azul: “Una España fuerte es la mosca en la nuca de Francia”; y se excitaba en la hoja a ayudar a los rojos españoles.
La masonería francesa, a través de lo que ella llama “garante de amistad de los valles de España”, una especie de comisario político de la masonería que en los últimos tiempos desempeñaba un sectario francés llamado Feliciano Court, era la inspiradora de todas estas agresiones contra España. Pero no ha quedado ahí́; la ambición ha sido tanta que no podemos callarla: Una voz autorizada, que no ha tenido la menor réplica, ha asegurado que en los momentos en que la pobre nación po-laca sufría los rigores de la invasión germana y había que hacer efectivos los compromisos internacionales por parte de la nación francesa, su Gobierno de Frente Popular, que había firmado en España el Acuerdo Jordana-Berard, exigía de Inglaterra antes de cumplir su compromiso de ir a la guerra por Polonia que en el caso de entrar España en la guerra, como ellos temían, se le asegurase el poderse cobrar de la nación española con las Baleares y la costa norte de Marruecos el precio a su intervención.
He ahí al descubierto quien maquina contra quien. De esto existen pruebas en el Ministerio de Asuntos Exteriores británico, y esto explica la conducta de los representantes franceses, cualquiera que sea su procedencia política, en las reuniones internacionales.
Más los españoles no nos engañamos y sabemos aprender de nuestros enemigos. Ellos nos señalan donde radica nuestra fortaleza y lo que se persigue con los ataques. La respuesta la dio el pueblo español el día 9 de noviembre de 1975: “Con Franco hasta la muerte”.
Un último apunte a favor de la masonería. El Reino de Italia (1860) fue fruto de una audaz acción del militar y político Giuseppe Garibaldi. Sin embargo el rebelde italiano recibió poca ayuda del gobierno piamontés, entonces presidido por el conde de Cavour. Hacía falta dinero para financiar la expedición y, por medio de otro grande patriota polí-tico y activista Giuseppe Mazzini, su gran amigo, Garibaldi logró financiar la expedición con dinero de la masonería inglesa. Ergo, si la maso-nería no hubiese ayudado, Italia no se hubiera reunificado.
La escuadra (símbolo de la virtud) y el compás (símbolo de los límites con los que debe mantenerse cualquier masón respecto a los de-más, sobre todo respecto a los demás masones) son quizá los dos símbolos masónicos más conocidos. Aquí aparece también la letra "G", símbolo de la masonería que representa al Gran Arquitecto del Universo.





El Profeso y la masonería

Fanatismo y religión


Puesto que el argumento de esta novela se centra en un ataque de integristas islámicos a una embajada de los Estados Unidos, y más tarde en suelo norteamericano, considerados por los radicales mahometanos como el gran satán, me parece necesario hacer una aclaración sobre el pensamiento del mundo musulmán acerca del terrorismo religioso que se origina en sus creencias. Este capítulo será dedicado por consiguiente al islam ante el fanatismo. La definición de fanático es la siguiente: "Persona que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento, creencias u opiniones, sobre todo religiosas o políticas. Preocupado o entusiasmado ciegamente por una cosa." Luego aparece evidente que el fanatismo no solo es religioso sino puede tener otras connotaciones como la política, que aflora en la segunda parte de esta novela.
A finales del siglo XX, se detectan el fin de las utopías y de los modelos de sociedad, así como el resurgir del hecho religioso. En nuestro tiempo, en esta edad posmoderna que dice haber superado la etapa infantil de los relatos, de las ideologías y de las creencias, aparecen con fuerza sentimientos y tradiciones que creíamos enterradas por la historia y por el progreso, siendo éste, probablemente, el último de los gran-des relatos de la modernidad.
En primer lugar habría que preguntarse las razones que nos mueven hoy a analizar las relaciones que pueden existir entre religión y fanatismo y el interés creciente por este tema, reflejado a diario en unos medios de comunicación que expresan, y al mismo tiempo actualizan, el repertorio del imaginario colectivo, sus miedos y carencias, sus anhelos y sus preocupaciones, sus figuras y contrafiguras.
Hoy no tiene tanto interés analizar las relaciones entre fanatismo e ideología, o entre fanatismo y poder, a pesar de que podrían tratarse de una manera parecida. Por ejemplo, podríamos analizar las conse-cuencias de la pugna entre las dos concepciones "modernas" segregadas por la Ilustración. El Liberalismo y el Socialismo, han dibujado el mapa ideológico, político y bélico en la cartografía de casi todo el siglo XX. Ca-da uno usaba de su contrario en el dialéctico y analítico proceso de construcción de la identidad "moderna". El anticomunismo visceral de los liberales americanos de mediados de siglo, sólo era comparable al fanatismo anticapitalista que los dirigentes del Kremlin propiciaban en-tre la población soviética en el mismo período.
Eran los tiempos del debate ideológico, de la militancia política apasionada, incluso fanática, de los distintos modelos de sociedad, del análisis estructural. Pero hoy hemos de situarnos en un contexto que está ya lejos de esa bipolaridad. El desplazamiento de las fronteras estratégicas se ha producido desde la polaridad Este/Oeste a la de Norte/Sur. Las barreras económicas y las crecientes diferencias que establece el modelo triunfante en la Posguerra Fría, dibujan un nuevo paradigma que no contempla la realidad a la luz de unos relatos que pertenecen ya a la historia.
La sociedad posmoderna se nos aparece como fragmentación abo-cada a una inevitable globalidad urgida por las exigencias de un merca-do cada vez más necesario y voraz, y que tiene su cabal expresión en las nuevas tecnologías, sobre todo en las redes de comunicación e información, que atraviesan ya todas las culturas y pueblos. En este proceso, el pensamiento necesita redefinir sus paradigmas, los lenguajes cambian ostensiblemente y con ellos también ciertas actitudes.
Parece ser que ya nadie discute sobre el modelo de sociedad que se ha de construir. La legitimidad no reside ahora en los relatos ni en el consenso sino en la formación del sistema, en la capacidad que éste tiene para mejorar su eficiencia. Pero la resistencia de los pueblos a asumir el nuevo modelo aparece vestida con antiguos ropajes. El de la ideología ya no vende y, por tanto, resulta fácilmente superable, su pérdida de legitimidad es demasiado reciente como para ofrecer una resistencia apreciable. El manto de la religión, por el contrario nos remite a la historia; es, por decirlo de alguna manera, más antiguo y menos racional. No está basado en un cuerpo teórico susceptible de ser analizado sólo desde la racionalidad. Implica un compromiso y una actitud consecuente que, en ciertos casos, afectan al ser humano en su relación con el mundo de una manera integral.
En ese contexto asistimos a la revitalización del hecho religioso, en sus más variadas manifestaciones: el misticismo científico producido por la divulgación de las últimas teorías de la Mecánica Cuántica, la proliferación de sectas y agrupaciones esotéricas, la búsqueda de refe-rencias en otras tradiciones de pensamiento, como el interés por el budismo, el hinduismo o el Islam, hasta llegar al fenómeno de la conversión religiosa. En ese sentido, hoy resurgen cuestiones que hasta hace poco se consideraban superadas por la modernidad, hechos del pasado perteneciente a la historia, incompatible con la idea de progreso. Pero con la pérdida de la legitimidad de ésta misma idea de progreso, reaparecen aquellas realidades que se suponían entraban en contradicción con ella.
No debe resultarnos extraño que en nuestro presente desacralizado las gentes se vuelvan hacia el esoterismo, el ocultismo y las sectas. No hay en la visión del mundo en la que viven, espacio para lo sagrado sino como concepto o abstracción. En un entorno semejante es fácil ser presa de mistificaciones y sincretismos. No es ni mucho menos una pa-radoja que la más racionalista y desacralizada de las sociedades sea al mismo tiempo la que más favorece la superchería. El hombre de la sociedad laico-industrial sabe, intuye, que tras la apariencia visible de las cosas, detrás de su mente mecanicista, pueden existir otras visiones, otras realidades. Pero al no disponer de criterio, ni de narración que lo sustente, la consecuencia probable es que desemboque en la magia o en el esoterismo prêt à porter  que le ofrece el propio mercado.
Junto a estas actitudes, el fenómeno de la vuelta a las religiones y, más en concreto, el de la conversión, se enmarcan en el contexto de la búsqueda generalizada de respuestas trascendentes en el seno de aquellas sociedades que asumieron los principios de la modernidad y que, en su lucha por un progreso basado casi exclusivamente en los aspectos materiales de la existencia, se desacralizaron.
Sin embargo, la aceptación y práctica de la religión implica casi en todos los casos, la asunción de un criterio y la propuesta de una opción alternativa viable a lo que nos propone el nuevo paradigma. Así, por ejemplo, el Islam implica una actitud crítica ante determinadas realidades contemporáneas: el sistema económico, la actitud ante la naturaleza, la moral científica, etcétera, que no son objeto de una contes-tación apreciable en el seno del sistema postindustrial.
Centrándonos ya un poco más en el mundo islámico, vemos que el estado de dependencia económica y tecnológica de los países de mayoría musulmana, las secuelas de pobreza y marginación, las lacras sociales que les introdujo el colonialismo, todo ello les está llevando a una reflexión acerca de las formas de vivir y de entender la sociedad. La conciencia de que el progreso anunciado por occidente, bajo las fórmu-las aparentemente antagónicas del capitalismo y el socialismo, les llevó sobre todo degradación y pobreza, está provocando un despertar del pensamiento islámico en todos los ámbitos de la existencia, una salida del estupor producido tras una experiencia paradójica. En este caso, existe una referencia reciente, un elemento de capaz de provocar el aná-lisis. Si además esta referencia se constituye en criterio, fácilmente se puede deducir que habrá valoración y conclusiones.
Tras la crisis de la modernidad, Europa, y por extensión todo el llamado primer mundo, vive hoy la necesidad de replantear un modelo cultural y un ideario que colocan al ser humano de cara al abismo existencial y a la destrucción moral y ecológica. Proliferan los foros de deba-te y los seminarios de estudio sobre temas que hasta hace poco tiempo nos parecían cerrados, con objeto de redefinir la relación Hombre y Naturaleza, Individuo y Sociedad, Ciencia y Ética etc. Se estudian otras tradiciones y culturas, tratándose de extraer referencias, de provocar algunas conclusiones.
Pero en otro lugar, en el Tercer Mundo, los pueblos de mayoría musulmana, tras una experiencia colonial llena de desastrosas secuelas, expresan el deseo o la necesidad de volver a su más culta e inmediata forma de vivir, que es el Islam, para afrontar los tremendos retos que les plantea nuestro tiempo con las necesarias referencias. Concluyen que el Islam es la forma que garantiza la evolución de sus sociedades, el modelo que les asegura su progreso.
Por ello, muchas de las reivindicaciones que se producen en estos países se identifican con la religión. Los excesos que inevitablemente tienen lugar en toda revolución política o social son atribuidos al fanatismo religioso. Pero en muchos casos, lo que se reivindica es el derecho a definir el propio modelo de sociedad, y esto es lo que resulta inacepta-ble para el sistema general de intereses, que necesita propagar su propio modelo, sobre todo en el ámbito social y en el de la economía.
La rendición del individuo y la amenaza a la diversidad biológica y cultural. Habría que preguntarse si la "naturaleza fragmentaria" y la  "diversidad" de que nos habla el análisis posmoderno son sólo una descripción, o si se constituyen en proposición, en un modelo social, psico-lógico y existencial, en paradigma único que niega, paradójicamente, la posibilidad de una experiencia humana unitaria en el mundo, de un criterio válido y unificado. Parece ser que el reto consiste, en parte, en vivir una experiencia integrada en el modelo único, perdiendo en dicho proceso las referencias culturales tradicionales de lengua, territorio, ra-za, tribu, creencias, o costumbres.
Las contradicciones llegan a constituir una irresoluble paradoja. La implantación a nivel global del Mercado Único, encuentra algunas barreras que implican resistencia o disidencia. Una de esas barreras es sin duda alguna de carácter cultural y existencial, aquella que se levanta cuando la forma de vivir y pensar que se trata de imponer de manera general, para todos, no sólo no concuerdan con otras formas de vida y pensamiento sino que resultan incompatibles, generando en ellas la correspondiente resistencia. Otra la constituye el problema de la destrucción medioambiental y la merma creciente de la biodiversidad, con la consecuente respuesta del medio natural en forma de desastres y problemas.
En el seno de las sociedades democráticas formales, el problema de la diversidad cultural se plantea bajo la forma del derecho a la dife-rencia o del respeto a las minorías, pero en el terreno de los hechos, no se contempla por el momento el reconocimiento de formas distintas de sociedad, de otras maneras de vivir, incluso aunque se decida democrá-ticamente. Parece como si las libertades sólo tienen cabida y reconoci-miento en el seno del modelo socioeconómico imperante.
Poder y medios de comunicación. El pensamiento único, que se extiende paralelamente a los mercados y se asienta en los nuevos len-guajes informáticos y en las autopistas de la información, es el discurso que sustenta lo que el francés Roger Garaudy  identifica sagazmente como Monoteísmo del Mercado. Una de sus características es la sutil eliminación de la diversidad, que ahora es disidencia, no mediante la represión brutal, sino por la mediación de las nuevas herramientas, de las nuevas tecnologías, mediante el control de la información y la con-secuente incidencia en la opinión de los ciudadanos, en la opinión pú-blica.
En un contexto así, la atonía, la sumisión al pensamiento único, han de ser la norma. Quien ose defender con demasiada tenacidad alguna idea o alguna postura contraria a los intereses del paradigma, fá-cilmente aparecerá como estridencia en medio de la homogénea inter-pretación general, será entonces señalado como fanático. Si, además, los medios de comunicación e información sirven a los intereses del poder y no a los intereses de los distintos partidos o confesiones, resulta fácil para éste abortar cualquier propuesta que atente contra dichos in-tereses, por diferentes vías: la descalificación, la tendenciosidad o la tergiversación.
Es evidente que ninguna mente sensata defendería el fanatismo como actitud propia del ser humano civilizado. Identificamos el fanatismo con la ceguera intelectual, con la incapacidad de valorar y sopesar los variados aspectos de la realidad. El fanático no escucha, no razona, no produce diálogo. La mayoría de los cristianos no viven como fanáticos. Ni la mayoría de los musulmanes tampoco, ni la de los herederos de las ideologías históricas de occidente.
A pesar de ello, la historia está plagada de las consecuencias del fanatismo en todas sus variantes: religiosa, ideológica, bélica, económica y política. Momentos, lugares y grupos en los que la pasión y el exceso han hecho mella, enturbiando la transparencia de las ideas, los sentimientos y las creencias. Casi siempre se ha optado por relacionar el fanatismo con estas realidades en lugar de buscar sus raíces allí donde se hunden: en la ignorancia, en la explotación, en la incultura y el des-arraigo. En lugar de remediar las causas que lo producen, se ha optado por instrumentalizarlo a favor de determinadas opciones políticas, reli-giosas o estratégicas.
En esa lectura interesada del problema nos encontramos hoy, cuando asistimos al desarrollo de una peligrosa visión del fanatismo religioso, atribuida al Islam por los medios de comunicación de masas, incluso con el apoyo de algunos intelectuales e instituciones académicas internacionales.
El enemigo íntimo: actualización de estereotipos históricos. Los musulmanes que viven en Europa, asisten a una escenificación llena de contradicciones en lo que al conocimiento y valoración del Islam se re-fiere. Al lado de actitudes políticas paradójicas como la del apoyo al gol-pe militar en Argelia tras la victoria electoral de los musulmanes o la instrumentalización de hechos aislados, expresión de actitudes fácil-mente punibles, léanse los casos de Salman Rushdie , y de  Naghib Mahfouz,  que producen en la conciencia común la inevitable identifi-cación del Islam con el fanatismo, junto a ésta actualización, digo, del viejo contencioso, aparecen, casi siempre en ámbitos más restringidos y especializados, pocas veces en los grandes medios de comunicación, las voces de científicos e intelectuales que señalan algunas de las excelencias que el Islam posee. En determinados foros se reconoce que existen principios islámicos que podrían aportar soluciones a muchos de los problemas pendientes que tiene hoy la humanidad, en aquellos ámbitos donde el sistema laico industrial hace aguas. Sin embargo, la visión dominante en los medios de comunicación es muy tendenciosa en todo aquello que se refiere al Islam y a los musulmanes, provocando en la mayoría de los casos una asociación inmediata entre fanatismo e Islam.
Da la impresión de que los nuevos enemigos son los musulmanes, y el Islam el obstáculo a abatir. Presentan al Islam como enemigo de la democracia, sin tener en cuenta lo que ocurrió, por ejemplo, durante el proceso electoral argelino. No se diferencia las formas políticas de go-bierno en los países de mayoría musulmana de lo que son estrictamente principios islámicos. Se confunden las prácticas culturales de los pue-blos de mayoría musulmana, con las prescripciones del Corán y de la Tradición, de la Sunnah.
Pero la confusión no es nueva: procede de ese cúmulo de definiciones, saberes y codificaciones que el pensamiento occidental viene construyendo desde la Ilustración, incluso desde la Edad Media, desde las Cruzadas, y que compone el denominado campo de estudios orienta-listas. Para quien esté interesado en el tema, resultará muy útil leer el libro de Edward Said , Orientalismo, donde se analiza la evolución de esa tradición erudita y sus implicaciones académico-políticas.
En dicho estudio cita Said el hecho de que Napoleón se basó, para diseñar su intervención en Egipto, en el texto de un viajero francés, el conde de Volney , titulado "Viaje a Egipto y Siria", en el que el autor manifiesta claramente unas opiniones hostiles al Islam como religión y como sistema de vida. Napoleón aprovechó los contenidos de la obra de Volney para diseñar una estrategia que implicaba ganarse a los imanes, muftís y ulamaa para su causa, a través de particulares interpretaciones del Corán que resultaban favorables a sus propósitos, y para redactar el Manifiesto de 1806 con el que pretendía excitar el "fanatismo musulmán" contra los rusos.
El propio Marx , en sus análisis, a pesar de ser uno de los pen-sadores más críticos de su tiempo, no logra sustraerse a la influencia de las ideas orientalistas que ya estaban consolidándose en su tiempo, lle-gando a emplear en su obra estereotipos tales como "el despotismo oriental", la "superstición de los asiáticos" y otros parecidos.
En nuestros días, los medios de comunicación nos ofrecen la imagen tradicional del árabe híper sexual y lascivo (dedicamos en la re-vista Verde Islam, sendos artículos al tema de la imagen de los musul-manes en los medios de comunicación occidentales). El árabe peca de deshonestidad, es intrigante, sádico e indigno de confianza. En el dis-curso visual de los grandes medios, los árabes aparecen siempre como multitud, como turba humana sin individualidad, sin biografía. Masas de seres anónimos y sucios que sugieren fanatismo y peligro. Y el peligro que se sugiere es la Guerra Santa, el Yihad, con lo que son presentados como "la amenaza" que pesa sobre el hombre blanco contemporáneo y sobre la humanidad en general.
Todas estas ideas y tópicos, procedentes de la cantera orientalista, nutren la visión que los medios de comunicación nos ofrecen de manera cada vez más convincente y realista.
El mismo Edward Said se lamenta que, en nuestro tiempo, no existe ningún otro grupo étnico o religioso "sobre el que se pueda decir o escribir cualquier cosa sin tropezar con ninguna objeción o protesta". Se nos insinúa que si algo mantiene unidos a los árabes y a los musulmanes, no es el sentimiento nacional o la identidad cultural, sino el odio fanático a los judíos o el resentimiento hacia el estado de Israel. Los estereotipos sobre los "mahometanos" se difunden "con una sangre fría que nadie se atrevería a mostrar al hablar de los negros o de los judíos". La red operativa del orientalismo contemporáneo es una conjunción de intereses representados por agrupaciones de antiguos alumnos de las universidades, expertos en áreas culturales, compañías multinacionales, servicios de información e inteligencia, etc. Se organizan becas y premios y se orienta la investigación según las necesidades del poder político del momento. Poderosos agentes académicos organizan la red para que funcione adecuadamente.
Existen abundantes ejemplos de ello. Uno de los temas más fre-cuentes usados para descalificar al Islam es el de la mujer. Se dice que el Islam promueve una sociedad machista y que relega a la mujer a un papel ignominioso. Pero no se dice que no son lo mismo las considera-ciones que el Islam tiene respecto del papel de la mujer en la sociedad, de su naturaleza intrínsecamente igual a la del hombre, que las cos-tumbres y tradiciones culturales que muchos pueblos mantienen desde tiempos anteriores a la Revelación Coránica. Como ejemplo, podemos traer a colación el tema de la circuncisión femenina o ablación del clíto-ris, que ha sido tratado en diarios de gran prestigio y emisoras de tele-visión europeas con la mayor intencionalidad, generando confusión y rechazo hacia el Islam, que aparece así como caldo de cultivo del fana-tismo. Se ha relacionado claramente en estos medios de comunicación dicha práctica con la Ley Islámica o Shari´ah, directa o indirectamente, señalándose como práctica regular ejercida sobre niñas musulmanas en África. Lo que no se ha dicho ni aclarado (lo cual prueba la tendenciosi-dad a que nos referimos), es que el Islam no sólo no contempla ésta práctica sino que la prohíbe taxativamente como cualquier tipo de veja-ción contra el cuerpo. No se ha dicho tampoco, que para el Islam, ésta y otras costumbres son consideradas barbarismos propios del tiempo an-terior a la Revelación, época que en la Tradición Islámica se denomi-na Tiempo de la Yahiliya, literalmente, Edad de la Ignorancia. Concre-tamente, esta práctica procede de las sociedades africanas preislámicas.
Ante discursos de este tipo, un lector o espectador poco o mal in-formado sobre el Islam, sentirá con toda la razón una profunda repulsa hacia la doctrina que condena a la mujer a la insensibilidad y la aliena de su propio cuerpo. En la forma como se ha presentado éste tema (nos preguntan a menudo a los musulmanes sobre ello), parece inevitable la asociación castración femenina con el Islam. Islam y fanatismo. Esto es rotundamente falso. Contrasta con fuerza esta idea con el estereotipo de la sensualidad de la mujer árabe, misteriosa y sexual, que nutre la fan-tasía de los harems.
Bástenos otro ejemplo para mostrar la contradicción. En la pro-paganda que suele hacerse del gran legado cultural andalusí, se enfatiza el carácter universalista del Islam, que hizo posible la convivencia de las distintas religiones. Judíos, cristianos y musulmanes pudieron coexistir durante varios siglos bajo el paraguas benefactor de la Sharíah Islámica. El Islam aparece entonces como sistema por excelencia de la tolerancia y el reconocimiento, que hizo posible el mayor florecimiento de las ciencias y de las artes en el mundo entonces conocido. En un mismo diario podemos encontrar, junto a la propaganda cultural del Toledo o de la Córdoba de la Culturas, artículos de opinión en los que se relaciona al Islam con el fanatismo, el anacronismo y la intolerancia. Debe haber un error en algún sitio. O tal vez la realidad sea que "cultura, poder e información" actúan solidarios haciendo más que difícil un análisis desapasionado, una lectura no fanática del hecho religioso y, en el caso que ahora nos interesa, del hecho islámico y su actitud ante el fanatismo.
Fanatismo e Islam: actitudes islámicas ante el fanatismo. Sería útil para nuestro análisis, poder separar lo que son actitudes humanas, reprobables o no, del marco de referencias que proponen las diferentes ideologías o creencias. El fanatismo, como la irracionalidad, ha estado presente de forma habitual en casi todas las culturas y épocas de la humanidad. En nuestros días existe un fanatismo de los medios, de la tecnología, que aboca a muchos individuos al aislamiento y a la comu-nicación virtual. No nos interesa ese tipo de fanatismo porque es silen-cioso y no produce alarma social. El individuo con el síndrome Internet sólo resulta interesante al sicólogo clínico o al sociólogo. Para el ciuda-dano medio no deja de ser una anécdota, un mal menor que además está revestido con los signos propios de la cultura en la que vive. No es exótico, no ayuda a mantener la ilusión de la diferencia, no genera, en apariencia, la necesaria identidad, de la que tanto carece.
Por el contrario, la imagen de unos hombres vestidos con túnicas oscuras rompiendo televisores en un escenario escatológico, y que ade-más responden al enigmático nombre de talibanes, puede proporcionar una cierta dosis de identidad, un necesario sentimiento de superioridad cultural, contribuyendo a legitimar la forma de vida que se practica en los países desarrollados. Es fácil concluir, ante tal visión, que los musulmanes son fanáticos y atrasados. Como la imagen se repite, es asi-mismo probable que lleguemos a la conclusión de que todo eso es así a causa de la religión, de que el Islam favorece el fanatismo. No son noti-cia, no interesan entonces las actitudes islámicas mayoritarias que están más que alejadas de cualquier radicalismo, de la excesiva pasión. No vendería el discurso mayoritario de los musulmanes, porque rechaza los métodos violentos o las posturas radicales.
La experiencia religiosa del ser humano, dependiendo del ámbito en que se la contemple, produce resultados diversos. Tiene una dimensión interna, individual, que afecta a la evolución personal y cuya expe-riencia resulta muchas veces difícilmente evaluable o expresable. Es la vía interior del misticismo, de la superación de las limitaciones y del crecimiento espiritual. En esa esfera, pueden producirse actitudes apa-sionadas, como la del místico inflamado del amor divino, que se aleja y no reconoce la realidad cotidiana ordinaria.
También está el mundo exterior, el ámbito de las relaciones hu-manas, de la vida social. Es el mundo de las formas y de la Ley, donde se articulan los códigos de conducta necesarios que hacen posible la vida comunitaria.
Ambas esferas, que en principio habrían de ser continuación la una de la otra, aparecen a menudo separadas y enfrentadas. Entre las experiencias personales de Juan de la Cruz  y Torquemada , existe un abismo difícilmente superable. Lo mismo ocurre entre los sabios de la jurisprudencia islámica e Ibn 'Arabi .
En cualquier sistema, ya sea éste fruto de la religión o de la ideología, los doctores de la Ley, ideólogos o teólogos según el caso, han asumido la misión de cuidar los límites terminológicos, la letra, la litera-lidad, acotando el mundo de las formas en el que se produce el hecho social. El místico, el que asume y realiza en su propia persona el fin úl-timo de la religión, que es la unión con Dios, ha sido casi siempre objeto de crítica y persecución por parte de los que trabajan en el codificado espacio de la Ley.
El equilibrio entre las distintas esferas de experiencia rara vez se produce de forma completa. Normalmente una se hipertrofia en detri-mento de la otra y viceversa, dificultándose con ello, en unos caso, la vida espiritual y en otros el orden social. En el caso de un exagerado desarrollo del aparato formal, de la terminología, se desemboca en una suerte de burocracia espiritual que dificulta la experiencia religiosa, tra-tando de codificarla en términos vacíos de contenido. Esa idolatría de los dogmas, que suele producirse en los períodos de decadencia espiritual es, indudablemente, fermento de actitudes dogmáticas y suele desembocar en fanatismos diversos.
Pero por otra parte han existido comunidades históricas de los musulmanes con un grado de equilibrio más que aceptable, que se han constituido en modelo social, que han favorecido la convivencia de las diversas opciones existenciales y el crecimiento espiritual de los indivi-duos, los cuales han vivido lejos de cualquier atisbo de fanatismo.
La defensa apasionada y fanática de una interpretación concreta de la Ley, de una postura determinada, deviene en actitud condenable cuando conlleva una imposición, cuando pretende la supresión de la libertad de conciencia y rechaza abiertamente la racionalidad. La con-dena de dichas actitudes forma parte del talante y del espíritu islámico, lo que no evita, como ocurre en otros casos, el que determinadas perso-nas o grupos no la asuman.
Cuando, por diversas razones, ha interesado resaltar la actitud científica de los musulmanes, su papel culturizado en la oscura Edad Media Europea, se ha dicho que el Islam es un camino de paz, tolerancia y respeto. Sin embargo, al mismo tiempo, se presenta al Islam como un sistema intolerante y agresivo. Éste no es ni mucho menos un fenómeno reciente. En orden a la claridad, y para evitar posibilidades de desarrollo de determinados fanatismos en nuestro tiempo, sería deseable que temas tan delicados como son el terrorismo o la realidad política de muchos países árabes, se tratasen con imparcialidad y sin tenden-ciosidad, pues esta última no hace sino fomentar actitudes radicales e irracionales. El mismo espíritu crítico que se aplica al análisis de otras cuestiones, debería aplicarse también en este caso, porque cuando al-guien se siente injustamente tratado, sin posibilidad de defensa, se ve forzado a buscar ésta de la forma que sea. Y habría de existir esa misma justicia e imparcialidad en el tratamiento de la información y en el derecho a la opinión y a la palabra. Por eso pienso que sería un gran paso adelante, aunque sea a todas luces insuficiente, el que diarios y medios de comunicación importantes, dieran creciente cabida a la opi-nión de los musulmanes. ¿Qué piensan los propios musulmanes de muchos de los hechos que se atribuyen al Islam? ¿Qué piensan la ma-yoría de ellos?
Centrándonos en el tema del fanatismo, sería útil saber qué dicen las máximas fuentes Islámicas, el Corán y la Sunnah, sobre la cuestión.
Con relación a la forma en que los creyentes han de vivir la reli-gión, el Corán nos dice:
"No cabe coacción en asuntos de fe. Ahora la guía recta se distin-gue claramente del extravío." (2-256)
Incluso en un ámbito tan proclive a la irracionalidad como el de la guerra, existen numerosas referencias morales sobre la manera en que ha de hacerse ésta. El Corán nos dice:
"Oh vosotros que habéis llegado a creer, cuando salgáis a combatir por la causa de Dios, usad vuestro discernimiento y no digáis a quien os ofrece el saludo de paz: 'Tú no eres creyente', –movidos por el deseo de beneficios de esta vida: pues junto a Dios hay grandes botines. También vosotros erais antes de su condición– pero Dios os ha favorecido. Usad, pues, vuestro discernimiento: ciertamente, Dios está siempre bien informado de lo que hacéis." (4-94)
En este sentido, por ejemplo nos ilustra la crónica que José María Mendiluce  hace en su libro "El amor armado", en el que describe su experiencia de la guerra en Bosnia, y en el que nos habla sobre las acti-tudes de los soldados musulmanes ante los enemigos que, en este caso, y como sabemos, son hoy juzgados por crímenes contra la humanidad. Sin embargo, no ha existido demasiado interés en relacionar los críme-nes y los excesos con el fanatismo religioso, sino étnico.
En dicho conflicto, los medios no han podido encontrar material informativo alguno que pudiera inducir a establecer una relación entre el Islam y el fanatismo.
En la Sunnah –tradición islámica que recoge los dichos del profeta Mahoma , nos han llegado numerosas indicaciones sobre el tema. Una de ellas, transmitida por Abu Huraira , recoge la siguiente frase del Profeta, repetida tres veces, a propósito del celo exagerado en la religión:
"perezcan los extremistas"
En innumerables oraciones se exhorta a los creyentes a la mode-ración en la observancia de los preceptos religiosos, recomendándose siempre las actitudes intermedias.
Quiero también traer a colación una carta, que publicó el diario El País en 1997, con referencias claras a la postura real y efectiva del Islam con respecto a la cuestión del llamado terrorismo islámico. Tanto la carta de Shahib Zougari, imán de la mezquita de Sevilla, publicada en ese diario el día 31 de Mayo, como el artículo aparecido el día 6 de Junio, firmado por Carlos Colón, dejan bien clara cuál es la postura de los musulmanes ante el fenómeno terrorista. En ambos textos se cita un conocido Edicto del Profeta Mahoma, que dice así:
"He escrito este edicto bajo la forma de una orden para mi comuni-dad y para todos aquellos musulmanes que viven dentro de la cristian-dad, en el Este y en el Oeste, cerca o lejos, jóvenes y viejos, conocidos y desconocidos. Quien no respete el edicto y no siga mis órdenes obra contra la voluntad de Allah y merece ser maldito, sea quien sea, emir o simple musulmán. Cuando un sacerdote o un ermitaño se retiran a una montaña o a una gruta, o se establece en la llanura, el desierto, la ciudad, la aldea, la iglesia, estoy con él en persona, junto con mi ejército y mis súbditos, y lo defiendo contra todo enemigo. Me abstendré de hacerle ningún daño. Está prohibido arrojar a un obispo de su obispado, a un sacerdote de su iglesia, a un ermitaño de su ermita. No se ha de quitar ningún objeto de una iglesia para utilizarlo en la construcción de una mezquita o de casas de musulmanes. Cuando una cristiana tiene relaciones con un musulmán, éste debe tratarla bien y permitirle orar en su iglesia, sin poner obstáculo entre ella y su religión. Si alguien hace lo contrario, será considerado como enemigo de Allah y su Profeta. Los musulmanes deben acatar estas órdenes hasta el final del mundo".
Refiriéndose al caso concreto de Argelia, Shahib Zougari expresa tras su cita, "el profundo dolor por estos santos que han muerto por amor a Dios, del Dios que es el mismo para cristianos y musulmanes".
Por su parte, Carlos Colón dice, tras exponer la carta de Zougari, que "le ha emocionado profundamente leer ese texto valiente que deplora las muertes de los religiosos católicos en Argelia, al tiempo que las separa nítida y limpiamente de la comunidad islámica en general".
Con todo esto, no pretendemos decir que no existan actitudes fa-náticas entre los musulmanes, o que el Islam sea un modo de vivir que hace imposible el fanatismo. No. El fanatismo, la pasión exagerada y la irracionalidad, son actitudes humanas que pueden surgir en cualquier tiempo y lugar. Evidentemente, existen visiones diferentes del mundo, distintas ideologías y cosmogonías, y unas pueden ser más proclives que otras a favorecerlas. En el caso que nos interesa aquí, existen in-numerables ejemplos que pueden llevarnos a la conclusión de que el Islam condena el fanatismo. Y sin embargo siguen asociándose ambas realidades en la imaginería de nuestro tiempo.
Se nos hablaba, a propósito de la Guerra del Golfo, del fanatismo de los soldados iraquíes, incapaces de ver el despotismo de su líder, Saddam Hussein , el cual aparecía prosternándose y haciendo la ora-ción en los noticiarios de la televisión, enarbolando el Corán. Precisa-mente Saddam, líder de un partido laico, el Baas, que propugna la división de poderes al estilo occidental. No es el Islam, entonces, el que en este caso promueve el fanatismo, sino la instrumentalización política de la creencia y el uso tendencioso de una terminología, de unas palabras. No es en este caso el Corán el que propone la adhesión ciega al líder, sino que es la mano de éste la que aparece revestida con la legitimidad de un texto que, para el creyente, es criterio de verdad.
Existen momentos en la historia de los musulmanes en los que el fanatismo ha hecho su aparición en las comunidades. Unas veces por la utilización que se hacía de la religión con una finalidad política extra islámica, otras por las condiciones de vida en que se encontraban de-terminados grupos humanos.
En ese sentido sorprende el hecho de que, durante los procesos revolucionarios acaecidos en América Latina hasta hace una década, no se ha hablado de fanatismo a la hora de evaluar las apasionadas acti-tudes políticas que se han producido en dichos procesos. Da la impre-sión de que la ideología actuaba entonces como legitimadora de deter-minados excesos.
No ocurre lo mismo ahora, cuando lo que se trata de valorar son las consecuencias de otros procesos en los que interviene el hecho reli-gioso y en donde se emplean frecuentemente los términos " integrismo", "fanatismo", "fundamentalismo", "terrorismo", "extremismo" o "intole-rancia".
En unos casos, el discurso occidental nos habla de revoluciona-rios, de mártires de la ideología y de la revolución, y en otros nos pre-senta a terroristas y fanáticos. En unos tiempos y lugares son héroes de la revolución, en otros, simples delincuentes. Sin embargo, el adoctri-namiento intelectual opera hoy con herramientas más sutiles, menos apreciables incluso para el que piensa y analiza.
El uso repetido de una terminología y unos estereotipos, acaban otorgando a estos la calidad de verdaderos e inconmovibles. Lo que se denomina "pensamiento de época" o "espíritu de los tiempos" integra en su imprecisa realidad, todo ese mundo de ideas hechas, aceptadas y consensuadas por el uso, no por una argumentación razonada, o por una voluntad científica de conocimiento. Es el mundo del sentido co-mún mal entendido.
¿Qué sabe el hombre de la calle del ser de los musulmanes con-temporáneos? ¿Cuáles son sus fuentes de información?
Si realmente se apuesta por el reconocimiento, por la convivencia pacífica y por la libertad de conciencia, habremos de actuar de igual a igual, no desde el esquema binario tradicional de "conocedores y conocidos", "definidores y definidos", aprender tal vez del otro que, a pesar de las diferencias, pertenece tanto como uno a la Humanidad como con-junto.


Ese puede ser el principio básico que nos ayude a conjurar los fanatismos, objetivo que la mayoría de los pueblos han expresado como deseable de una u otra forma.